Me gustaría tener la mente lúcida, pero sólo siento impotencia por no poder hacer nada. Escribo desde Benicàssim, territorio no afectado directamente por la última DANA que ha afectado a la península.
Nuestras vidas siguen, pero esta vez cuesta más seguir como si nada cuando a compañeras valencianas les ha cambiado todo. No puedo sumarme a una recogida de comida solamente y sentir que mi parte ya está hecha.
Tenemos noticias diarias de catástrofes, guerras e injusticias, tantas que no sería capaz ni de enumerarlas. En ellas, intento ser coherentes, actuar y elegir mis luchas para poder aportar, sabiendo que la solución siempre es colectiva. Lo hago desde lo local, desde las pequeñas acciones diarias. Una clase de curso de monitor/a, reuniones para conseguir financiación, aperturas de un local al barrio, pagar una cuota o un sábado de esplai, han sido mi manera de aportar y avanzar hacia algo más humano, donde se tengan posibilidades de ser y hacer.
En este caso la cercanía me despierta algo diferente.
¿Cómo podemos aprender algo de todo esto? ¿Cómo se puede encauzar la rabia para construir? ¿Seremos capaces de no perder la memoria una vez más? ¿Seremos capaces de no seguir como si nada?
Deberemos poner esfuerzos en ayudar a reconstruir socialmente todo lo que se ha roto. Estar cerca de las entidades que articulan los barrios afectados, para conseguir que tengan más recursos que les haga posible recuperarse antes.
Me pregunto, ¿cómo continuar si todo ha cambiado?
Una vez funcionó, en el momento que todo acababa y todo iba a ser diferente, solo quedó hacer lo que sabíamos. Hacerlo mejor y con más intensidad. Nos tocará hacer más sesiones, más reuniones, más cursos, etc., para que esa normalidad que nos calma llegue antes.
Ahí también se necesitarán manos. Una vez todo este limpio y estemos en otra guerra, deberemos recordar y tener memoria. Ser capaces de generar oportunidades para que la sociedad esté más articulada. Exigir responsabilidades, sentir propio el territorio y juntas seguir.
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