Cuando el agua golpeó con fuerza nuestro territorio el pasado 29 de octubre, dejó mucho más que calles inundadas y edificios derrumbados. Abrió una herida profunda en el tejido social, emocional e identitario de nuestra comarca, l’Horta Sud. Pero, en medio del barro, la angustia y el silencio —también administrativo— que dejó la catástrofe, el movimiento asociativo alzó su voz de forma decidida, discreta e imprescindible.
Frente a la tragedia, fueron las entidades vecinales, culturales y sociales las primeras en responder, con cocinas comunitarias improvisadas, casales falleros convertidos en centros de distribución de ayuda, y locales asociativos transformados en espacios de refugio. Una vez más, el movimiento asociativo demostró que la respuesta más humana y eficaz a una crisis siempre nace de la comunidad.
Y es precisamente por eso que, desde la Fundació Comunitària Horta Sud, fieles a nuestra razón de ser —ayudar a quienes ayudan—, dirigimos todos nuestros esfuerzos a recaudar y canalizar fondos para reparar tanto los daños materiales como los inmateriales sufridos por las entidades afectadas. El objetivo era claro: que ninguna asociación cerrase. Con esa idea en mente, poco después de la catástrofe activamos el Pla de Recuperació y Transformació 2024-2028, para paliar los daños materiales mediante ayudas directas e impulsar, al mismo tiempo, un modelo de reconstrucción comarcal sostenible y resiliente.
A finales de marzo repartimos 1,38 millones de euros en ayudas directas a 333 asociaciones de más de 20 municipios, especialmente de l’Horta Sud. Estas ayudas, que cubrían hasta el 20 % de los daños declarados, fueron esenciales para muchas entidades que son el corazón de la vida comunitaria. Además, destinamos 20.000 € a una estrategia de movilización de recursos para fomentar la filantropía local, y coordinamos la entrega de materiales por valor de casi 100.000 €. En total, el apoyo ascendió a 1,5 millones de euros, un impulso clave para la recuperación de las entidades más perjudicadas.
Pero el reto continúa. Por un lado, porque según nuestro diagnóstico, las entidades han declarado pérdidas de entre 8 y 15 millones de euros. Y más allá de las cifras, hemos detectado que muchas arrastran dificultades estructurales como problemas de gestión administrativa, falta de acompañamiento técnico, imposibilidad de retomar actividades por ausencia de personal o recursos, y una necesidad urgente de rehabilitar espacios que son, literalmente, su casa.
Por otro lado, porque esta catástrofe ha evidenciado una verdad incómoda que a menudo quedaba oculta en el día a día: muchas asociaciones viven en una precariedad estructural crónica. Locales sin condiciones adecuadas, carencia de recursos digitales, ausencia de planes de contingencia, debilitamiento del relevo generacional… todo ello son debilidades que limitan su capacidad de respuesta y transformación. Y aun así, el movimiento asociativo volvió a demostrar su resiliencia.
A veces hablamos del movimiento asociativo como si fuera algo abstracto, ajeno a nosotras y nosotros, pero debemos tener muy presente que solo las entidades afectadas agrupan a más de 150.000 personas: 72.961 socias y 77.628 usuarias habituales. Son cifras que demuestran que estamos hablando de una red vital para el bienestar, la cohesión y la cultura de nuestra comarca. No podemos olvidar que estas organizaciones son espacios de encuentro, ayuda mutua, tradición, expresión e identidad; y que cuando una asociación sufre, miles de personas ven afectada su vida cotidiana.
Ahora que la realidad ha quedado al descubierto, tenemos la oportunidad —y la responsabilidad— de no volver la vista hacia otro lado. Las asociaciones nos han mostrado su valor insustituible en momentos de crisis, y ese reconocimiento no puede quedarse en palabras o aplausos puntuales. Necesitamos impulsar un cambio profundo: fortalecerlas, dotarlas de herramientas, favorecer la colaboración entre ellas y reconocerlas como piezas clave de una sociedad más justa, más solidaria y profundamente arraigada al territorio. No se trata solo de reparar lo que se ha roto, sino de aprender de ello y construir algo mejor.
En esta línea se enmarca la convocatoria de Projectes Interassociatius “Transformem en xarxa”, cuyo objetivo principal es apoyar la realización de proyectos culturales, sociales o educativos que promuevan la colaboración entre organizaciones sin ánimo de lucro registradas en municipios afectados por la DANA. Este año, y por primera vez —como respuesta directa a las consecuencias derivadas de la catástrofe— la dotación total de la convocatoria asciende a 300.000 €, gracias a otras entidades que han querido sumarse.
Seguimos así apostando por la fuerza del trabajo comunitario y el potencial transformador del movimiento asociativo local, poniendo el acento en la necesidad de impulsar acciones que vayan más allá de la urgencia y se encaminen hacia la consolidación de un modelo social sostenible, arraigado y compartido.
Pero para lograrlo, se necesita un compromiso firme por parte de todos los actores. De las administraciones, que deben pasar del apoyo puntual a una financiación estructural y estable; y del propio movimiento asociativo, que ha de dar un paso adelante, colaborar, capitalizarse, romper con la lógica de la gratuidad, diversificar fuentes, integrar la diversidad y reconocer su papel como agente transformador.
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