Enric Deltoro es Técnico de Juventud y fundador del MLPV

La vida son números, digan el que digan los filósofos, literarios, historiadores… la vida son números.
Me encontraba, un fin de semana, en el que había desconectado totalmente de noticias, en Albaida, un pueblo grande que da nombre a una de las comarcas más bonitas e interesantes del territorio valenciano. Me encontraba contando músicos. Sí… Porque 600 músicos, hacen que la capitanía mora o cristina sea de sección especial. Yo os invito a que disfrutéis de la experiencia de un espectáculo visual, de danza, trajes, boato de todo tipo, con 600 músicos tocando. Un placer. 2000 músicos tocaron ese día.
Números. Al final la vida son números… pero no todos los números son igual.
Cuando volví de Albaida me conecté, de nuevo, a las noticias… y empecé unas otras cuentas: el de muertes en Israel Palestina, la mitad de los cuales, al menos en Palestina, son menores de edad. He sido tentado de sacar números de los conflictos armados que hay en estos momentos en el mundo. Todos conocemos Ucrania y Palestina-Israel. Hay unos cuántos más con sus cantidades de muertos, heridos, amputados, enfermos mentales. He sido tentado de añadir a esos números los de las personas que sufren violencia para ser de una etnia, tener una ideología, una forma de sentir, o simplemente por ser niños, niñas, o pobres, o mujeres…
La ONU debería de tener un contador, y anotar cada año la cantidad de personas que sufren la violencia de los «profesionales del odio hacia otros seres humanos». Y ese debería de ser el número que indicara el desarrollo humano de nuestra civilización; y la reducción de ese número, una de las prioridades en el mundo.
Esos números no son de felicidad. Me gustaría vivir en un mundo donde los números de música y de espectáculos musicales fueran los que más abundaron. Me gustaría vivir en un mundo donde, por ejemplo, los conflictos entre los seguidores de Alano y los seguidores de Yavé se libraran en una guerra que ganara quién tuviera más músicos para hacer disfrutar a la gente.
Aunque estamos en la parte feliz del planeta, podemos hacer mucho contra la expansión mundial de los profesionales del odio. Están por todas partes. Y, aunque no actúan directamente, pueden justificar, o apoyar a los que sí que lo hacen.
A los profesionales del odio hay que saber identificarlos, y desenmascararlos. Es fácil. Se dedican en un primer momento a generar rabia en tí… para después ofrecerte que la transformes en violencia contra los culpables de ella, y si no puedes, contra los de su raza, etnia, religión, país, género, condición social, forma de ser o de pensar… o sencillamente contra los débiles, sobre los que puedes descargar tu ira porque no se pueden defender.
Los profesionales del odio muchas veces se justifican en la religión, o en el nacionalismo (la nueva religión del siglo XXI). Están en Palestina-Israel, Yemen, Congo, Siria, Afganistán, Myanmar… Pero también aquí. Se mueven, sobre todo, en redes sociales. Son los que captan yihadistas… pero también los que inoculan odio contra los que vienen en patera, huyendo de la miseria y la guerra.
Sabéis que trabajo con jóvenes. Tengo muchos datos para poder afirmar que una gran cantidad de nuestros adolescentes, en pocos años, han sido captados por estos profesionales del odio, una organización de malhechores con muchas secciones enfrentadas, pero que comparten objetivo común: convertir la violencia en la base de las relaciones humanas.
Ante esto, las asociaciones, hacen una tarea muy importante contra estos inoculadores del virus del odio. Acompañan las personas jóvenes en su desarrollo personal, posibilitando que reflexionen y no se dejen llevar por las mentiras y discursos de odio que dominan las redes sociales, y que acaban en violencia contra otras personas, o en terrorismo y guerra en algunas partes del planeta.
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