
(Próximamente análisis de los resultados)
Como habréis visto en las noticias, el gobierno valenciano ha decidido hacer una votación para que cada familia elija la lengua en la que quiere que estudien sus hijos. Quienes tenemos, deberemos ir los próximos días a elegir si queremos docencia en valenciano o docencia en castellano. Los pormenores de la votación los dejaríamos para otro dosier de artículos, porque tienen un nivel de complejidad de normas que parecen sacados de una serie de Netflix. Más bien, la gracia de todo es que nos fuerzan a votar algo que hasta ahora no era necesario elegir. Además, no pueden garantizar al 100% que se aplique lo que hemos elegido. Yo, como soy de números, he hecho algunos cálculos.
El argumento principal es que ahora cada uno podrá elegir la lengua en la que aprende. Veamos los números: En el aula de mi hija existe un nivel de docencia en valenciano del 62% como mínimo, de lo que se benefician la totalidad de los alumnos. Ahora, después de la votación, si la mayoría elige valenciano, el máximo de docencia en la lengua propia será del 52%. No quiero imaginarme a los maestros que tendrán que controlar milimétricamente este asunto de ahora en adelante. Si la mayoría elige castellano, el porcentaje no se invierte (52% máximo castellano). Será el valenciano el que se va a reducir hasta un 12-15% en el mejor de los casos. La cuestión es que me he fijado en algo. O quien ha montado la votación es algo burro, o en el fondo el objetivo de la votación es la minoración de nuestra lengua, como se esfuerzan tanto en no aparentar. Siempre intento mirar más allá, porque a veces nos señalan la Luna, y nosotros nos quedamos mirando el dedo. Quizás, en un futuro tendré que trabajarme más esa idea mía de que el enemigo es más inteligente que yo. Siempre me pongo en esa posición y quizás al final de la película, resulta que detrás del atrezzo hay un mono con platillo. Pero por ahora preferiré creer en el noble know-how de quien torpedea los valores de nuestra sociedad. Definitivamente creo que lo han hecho tan mal que se perjudica a partes iguales a unos y otros. El valenciano quedará reducido (y por tanto más maltrecho, no cabe duda), pero, además, se provocará un problema más serio: la división de la comunidad. Una fractura invisible que aparece cada vez que haces una pregunta capciosa para que elijas entre dos cosas que hasta el momento no estaban enfrentadas. La clase de mi hija tiene un 50% de familias con parte castellanoparlante, pero casi todas cuando comentan, elegirán valenciano porque piensan que dan la oportunidad a sus hijos de tener una segunda lengua que, además, les servirá competencialmente, como elemento de integración y profesional. No ven la amenaza, ven una suma, una ventaja. De 25, sólo 3 parece que elegirán castellano, y no está claro ni siquiera si votarán nada (en ese caso el centro te adjudica lengua). Los propios niños de la escuela hacen la pregunta clave, la que, en el caso de colegios de dos o más líneas, provocará el desaguisado: yo lo que no quiero es cambiar de clase. Porque volver a las clases divididas por la lengua que usas es sectario, antipedagógico y contrario a la acogida de las personas recién llegadas. ¿Cuál será el siguiente paso, separar a niños y niñas en aulas diferentes? Las similitudes con los regímenes fascistas son estremecedoras.
La gran virtud de los territorios con más de una lengua es saber acoger en la lengua propia a quienes llegan y quieren aprenderla. No cambiar al castellano cuando alguien se esfuerza en hablar en valenciano es signo de educación y acompañamiento a la persona que quiere sentirse en casa a nuestro lado. Y no supone ninguna renuncia cultural a la persona recién llegada, porque la lengua materna está siempre con nosotros. Los valencianos deberíamos estar ya debatiendo sobre si es necesario implantar el aula de acogida a los recién llegados para acelerar que aprendan valenciano rápido y se integren cuanto antes. Por eso, separar a nuestros pequeños por la lengua que hablan es una medida fascista, segregadora y que marca de por vida. Yo la he vivido y no me gusta. El idioma no es un elemento diferenciador, sino cohesionador. Ésta no es la sociedad que un responsable político debe construir. Ya puestos a votar, propondría que también se preguntara sobre el estado de los baños de los colegios públicos en el País Valenciano. Sospecho que el colegio de mi barrio no es el único en el que los niños y niñas evitan hacer caca a diario por cuestiones de salubridad.
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