Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

Revista laica para la reflexión y la agitación política republicana

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La educación republicana. Modelo y referente para los problemas educativos del presente.

25/03/2025

Raül Aguilar Cestero. Historiador y profesor de secundaria

El sistema educativo catalán y español actual hace aguas por doquier. Esta afirmación contundente parte de una doble realidad. La experiencia personal de un profesor que lleva años dando clases en la educación secundaria y los datos que evidencian un fracaso que, por otra parte, se veía venir desde hace tiempo. Tranquilos, este no es uno artículo por abrumarse con datos y más datos fácilmente consultables por internet, sino una reflexión que hace tiempo que tengo anclada en la cabeza y en el corazón y que necesito expresar abiertamente. Tampoco es éste un artículo para vomitar todo lo negativo que existe hoy en día en el mundo educativo, sino para reivindicar que hubo un tiempo, durante la Segunda República, en qué algunas cosas se hicieron mejor de lo que se hacen ahora y que, tal vez, ya sería hora imitarlos algunas de las sus líneas maestras.

La Segunda República quiso transformar la sociedad española de su época a partir de la educación. Es decir, existía un consenso entre las fuerzas republicanas de izquierdas de todo el país sobre el hecho que el atraso social y económico que se sufría sólo se podría superar invirtiendo una parte importante de los recursos que generaba la economía al formar a las nuevas generaciones. Por empezar, este consenso no existe hoy día y no ha existido en los últimos treinta años. La confusión campa con total libertad, pero los datos son claros y contundentes. Invertimos en educación uno 4 % del PIB nacional cuando la media de los países de la OCDE supera el 5%. Los datos dentro la Unión Europea sitúa España en una situación similar, por debajo de la media europea. En el caso de Cataluña, la situación todavía es peor, ya que se encuentra a la cola en inversión educativa dentro del conjunto de España. Para no hablar que sus docentes son de los peores pagados de todas las comunidades autónomas, con el agravante de que el coste de la vida en Catalunya es uno de los más elevados. Sólo que se llegara a la media europea en gasto educativo ya supondría un cambio extraordinario, pero es que España es la quinta economía de Europa por PIB, si fuéramos el quinto país europeo que más invierte en educación otro gallo – rojo – nos cantaría. Por tanto, el principal problema es una cuestión de dotación económica y ésta sólo depende de la voluntad política.

Podemos hablar de los mil y un problemas educativos existentes actualmente, pero al final, la cuestión se reduce básicamente a los recursos disponibles y cómo se utilizan. Los centros educativos están masificados y los docentes han perdido gran parte de su poder adquisitivo desde la crisis de 2008. Con más de veinticinco alumnos por aula o más de treinta en bachillerato es imposible atender adecuadamente al alumnado y mejorar los resultados educativos. Y menos aún desde que las normas de inclusión educativa obligan a los centros a acoger y formar a todo el mundo, tenga el diagnóstico médico que tenga. Nadie está en contra de atender a esta diversidad, pero se necesitan más recursos para hacerlo adecuadamente. Lo que se hace actualmente es maquillar este fracaso con numerosas e innovadoras formas que no hacen más que esconder una realidad más que preocupante.

La consigna oficiosa es que todo el mundo debe sacarse la ESO, aunque sea a base de rebajar el nivel de exigencia. De hecho, los únicos alumnos que no se sacan la ESO son los casos más clamorosos de aquellos que no hacen absolutamente nada por conseguirlo. En consecuencia, los profesores de bachillerato se quejan de que les llegan alumnos que no saben ni leer ni escribir cómo se esperaría en este nivel y lo mismo pasa en las universidades. Como nadie soluciona este problema, los diferentes niveles educativos se van pasando la patata caliente esperando que el siguiente nivel educativo lo arregle y se atreva a hacer una selección más cuidadosa. Pero la realidad es que nadie lo hace y, al final, tenemos un montón de incompetentes con título oficial. Por ejemplo, si un profesor o profesora se planta en una junta de evaluación y dice que no aprobará a la mitad de la clase porque no saben leer y escribir correctamente, este docente se mete en un grave problema porque las direcciones le acusan de no saber enseñar a sus alumnos. Es mucho más fácil aprobar a la mayoría y no meterse en problemas y esto es lo que hacen todos los docentes porque saben que el sistema funciona así y que perdieron el control de la situación hace mucho tiempo.

Un párrafo aparte en este artículo merece la innovación educativa, aplicada a través de las diferentes leyes educativas que desde los años noventa del siglo XX alcanzan nuestro sistema educativo. Una ordenación educativa que, independientemente de quien haya gobernado, ha seguido las directrices y recomendaciones de la OCDE y el Banco Mundial para adaptarse a las necesidades del capitalismo triunfante. Y, evidentemente, el capitalismo triunfante no quiere educar a personas con capacidad de pensamiento crítico que vayan en contra de la ideología dominante. Por mucho que estas leyes educativas hablen en algunos de sus artículos de fomentar el espíritu crítico del alumnado, este fomento no deja de ser un simulacro de pensamiento crítico. Para muestra. Llevamos más de veinte años promoviendo que cada alumno disponga de un ordenador y un móvil para fomentar la formación digital y ahora nos damos cuenta de que nos hemos estado disparando al pie sin saberlo y que todos los estudios demuestran que la lectoescritura en papel tiene unos beneficios en el aprendizaje que no tiene el contenido digital. ¿Qué queríamos conseguir? ¿Personas formadas con capacidad de pensar por sí mismas o mano de obra calificada por las demandas del mercado? Nos vendieron la primera opción y nos han dado la segunda con un resultado nefasto, porque, en realidad, nadie sabe a ciencia cierta qué necesidades existirán en el futuro cuando los alumnos que ahora comienzan P3 acaben la formación obligatoria con dieciséis años. Las predicciones de los supuestos expertos educativos suelen fallar casi siempre, como las de los economistas neoliberales, porque viven en una misma realidad paralela alejada de todo materialismo histórico o dialéctico.

Por muchas inteligencias artificiales que estemos empezando a tener y miles de recursos educativos que se hayan creado, podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que en educación, como en tantas otras áreas, está todo inventado. Sabemos que funciona y que no, pero cada década creemos que hemos descubierto la rueda.

Por este motivo, es tan importante tener los pies en el suelo y organizar el sistema educativo a partir de la realidad y las necesidades sociales del país. Como se hizo durante la Segunda República cuando se tenía muy claro que había que crear un sistema y un modelo educativo en el que cualquiera que tuviera capacidades y ganas de formarse pudiera hacerlo. Es la forma más democrática, pero también la más efectiva de afrontar la educación de un país y maximizar la inversión. Hoy, en cambio, formamos grandes profesionales, cómo los médicos, que después se van a trabajar a otros países donde tienen mejores salarios y condiciones laborales y, al mismo tiempo, como nos faltan médicos, les robamos los médicos a países hispanoamericanos que tienen gran necesidad de estos profesionales. Gastar millones en la formación de personas que más tarde desarrollan todo su potencial en otras naciones no es sostenible y sólo se puede revertir mejorando las condiciones laborales y salarios de estos profesionales.

Con el regreso de la democracia y hasta el cambio de siglo, el sistema educativo va a dar uno paso de gigante en nuestro país. Aún perduraba el recuerdo de lo que intentó hacer la República y, sobre todo, había muchas personas trabajando en el sistema educativo que querían superar las deficiencias del sistema educativo franquista. La falta de escuelas a los barrios obreros de las grandes ciudades era una demanda social y política a la que los gobiernos socialistas de los años ochenta no pudieron hacer caso omiso. Pero con el cambio de siglo todo esto quedó atrás.

Los estudiantes que se movilizaron contra el Plan Bolonia a inicios del siglo XXI tenían toda la razón del mundo. El tiempo les ha dado la razón, pero la fuerte represión que cayó sobre ellos acabó con las protestas sin que nadie moviera un dedo para ayudarles. Estos estudiantes ya nos avisaron de que el nuevo sistema suponía un ataque directo a la posibilidad que todo el mundo que tuviera capacidades y ganas de estudiar pudiera hacerlo y la sustitución por una educación mercantilizada en la que sólo la gente con recursos podría formarse y conseguir los mejores trabajos.

El precio de las matrículas universitarias se ha disparado y los másteres tienen precios prohibitivos por muchas familias. Además, como quien paga manda, la formación deja mucho que desear y, en la mayoría de los casos, sólo con que el alumno haga acto de presencia y presente los trabajos, es suficiente para conseguir el título correspondiente. Lo mismo sucede con la formación permanente del profesorado. Pagamos 50 euros o más por cursos online de 30 horas que, en muchos casos, no te enseñan nada y tienen un nivel elemental, pero que debemos hacer, obligatoriamente, para conseguir un perfil en determinadas áreas. Cursos que son ofrecidos por academias privadas y sindicatos y que son un gran negocio. Y podríamos escribir otro artículo sólo para hablar de la educación privada que se ha convertido en el cáncer del sistema educativo público. Sólo un dato, los estudiantes de bachillerato de los centros privados sacan mejores notas medias que los de los centros públicos porque les hinchan las notas, pero los alumnos de los centros públicos obtienen mejores notas en las pruebas de acceso a la universidad que los de los centros privados.

Quien escribe estas líneas es una prueba de todo esto. Nacido durante los años de la transición y con unos abuelos y unos padres semianalfabetos y obligados a emigrar, soy el primer miembro de mi familia al conseguir una carrera universitaria y un doctorado gracias a las becas. Ahora, esta posibilidad se ha vuelto en casi imposible por un chico de barrio con unos padres con estas carencias de formación y provenientes de la emigración. Imaginémonos, por un momento, una sociedad en la cual los niños y niñas de los barrios más desfavorecidos de nuestras ciudades, muchos de ellos hijos de inmigrantes e inmigrantes, puedan llegar a ser médicos o ingenieros. Hoy día este sueño se ha vuelto prácticamente imposible. El ascensor social hace décadas que está estropeado y nadie ha llamado a la empresa de mantenimiento para arreglarlo.

Además, muchos alumnos viven en un mundo completamente ajeno a la realidad social y económica existente. Entre otras cosas porque ya no estudiamos estas cuestiones en las aulas y la escuela ya no hace contrapeso a la ideología dominante, sino que es un reflejo de ésta. Los alumnos ahora sólo piensan en ganar dinero y hacerse ricos y tragan las mentiras de todos los vendedores de humo que pululan por las redes sociales que les aseguran que podrán hacerlo sin esforzarse, siguiendo sus métodos o pagando uno de sus cursos. Eres pobre porque quieres y porque no tienes mentalidad de rico, dicen muchos de estos charlatanes de las redes. La cultura del esfuerzo se ha diluido en la posmodernidad y la inmediatez del consumismo y nadie se atreve a decir a nuestros alumnos que para conseguir un verdadero pensamiento crítico se necesita una formación que se tarda años o décadas en desarrollar a base de estudio, lecturas y investigación. Mis estudiantes de secundaria no saben quién fue Marx o Bakunin, ni Azaña o el Noi del Sucre. Yo intento que los conozcan y muchos de ellos me lo agradecen, pero me siento como Don Quijote luchando contra los molinos de viento.

La educación republicana se fundamentaba en unos valores humanísticos verdaderamente democráticos, al contrario que las leyes educativas actuales que también hablan de valores democráticos en sus declaraciones de intenciones, pero que después implementan medidas que contradicen estos valores.

Las familias, además, desconocen cómo y en qué condiciones viven la educación sus hijos dentro de las escuelas y los institutos. Estoy seguro que gran parte de las personas que lean este artículo no sabrán que es una situación de aprendizaje (SA). Pues es, ni más ni menos, que el sistema por el que se supone que todos nuestros alumnos deben aprender a partir de la última ley de educación, incluidos los de bachillerato. Con su implementación, todos los temas de todas las materias educativas deben darse siguiendo este nuevo sistema. Un sistema que puede ir bien para trabajar algunos contenidos, pero que es una locura querer aplicarlo a todo y para todo. En qué momento, alguien va pensar que esto era una buena idea o que ¿funcionaría? Y lo mismo podemos decir de la evaluación por competencias y otros mil y un inventos que no conducen a nada positivo. Los padres y madres son totalmente ajenos a estos términos y formas de enseñar que deben aplicarse por ley hoy en día, pero estoy seguro de que si los conocieran alucinarían en colores.

Una prueba más de la locura que supone este sistema es que el 99 % del profesorado sabe que esto es imposible de aplicar y que las consecuencias de hacerlo serían aún más desastrosas. Por eso, la mayor parte de los docentes continúa enseñando a los alumnos cómo puede con los medios de qué dispone, haciendo ver que aplica una legislación en el ámbito burocrático mientras, en su día a día, intenta esquivar estas normas y proteger a los alumnos de muchos de los daños que estas innovaciones educativas provocan. Por suerte, cada vez hay más docentes críticos con todas estas prácticas innovadoras, como los trabajos por “proyectos”, porque cada vez hay más evidencia de que estas innovaciones han contribuido a un bajón sin precedentes del nivel educativo.

Y podría poner otros mil ejemplos, pero sólo añadiré uno más. Las horas de lecturas. Casi todos los centros educativos han reducido cinco minutos la hora lectiva de todas las asignaturas para disponer de media hora al día para dedicarse a la lectura obligatoria en papel. Lo he buscado, pero no he encontrado publicado ningún estudio científico sobre los beneficios que ha producido esta práctica en los últimos años. Dime malpensado, pero creo que no se han publicado porque no se ha producido ningún beneficio, sino todo lo contrario. Ha empeorado la situación. Simplemente, obligar a los alumnos a leer no funciona y, en la mayoría de los centros, esta media hora se ha convertido en un rato para hacer los deberes, dormir o charlar con el compañero. Los alumnos no pueden leer mientras escuchan a la otra mitad del instituto jugando en el patio. No existe el ambiente adecuado para hacerlo. Y negar la realidad es cómo funcionamos en el día a día de los centros educativos. La intención de fomentar la lectura es encomiable, por eso nadie se atreve a cuestionar esta medida, pero no está funcionando y, en muchos casos, está consiguiendo el efecto contrario en los alumnos. Un gran lector como Borges decía que la lectura era una forma de felicidad, pero que no se puede obligar a nadie a ser feliz y tenía razón. En cualquier caso, es un tema que necesita estudio, evidencias científicas y, sin duda, un replanteamiento.

Al final, hemos reducido considerablemente las horas de materias esenciales de ciencias y de letras para dar lugar a experimentos educativos que son una pérdida de tiempo como los créditos de síntesis, los proyectos, los talleres de empresas externas o las optativas sin valor alguno. ¿Cómo puede ser que nos obliguen a impartir una optativa de 4 horas a la semana, en segundo de bachillerato, que no se evalúa a la selectividad, mientras reducimos de 4 a 3 horas asignaturas esenciales como historia o matemáticas? Por no hablar de la desaparición de la filosofía en la ESO. Un auténtico despropósito. Los profesores de filosofía, que suelen ser los más críticos sobre cómo funciona la sociedad y la educación, son una especie en extinción en los centros educativos.

Lo más grave de esta situación, desde mi punto de vista, es que todo el mundo traga y calla. Todo el mundo hace ver una cosa y después hace una otra, pero nadie se pregunta cómo podemos cambiar esta realidad. El profesorado vive en una esquizofrenia permanente y, por mucho que queramos esconderlo o proteger a nuestros alumnos, los niños y niñas de hoy en día no son tontos y se dan cuenta que alguna cosa no funciona, pero no llegan a saber qué es. Tampoco tenemos organizaciones colectivas que nos ayuden a canalizar este malestar y transformarlo en propuestas y alternativas. Los sindicatos de profesores se han convertido en parte del sistema. Juegan con las reglas existentes, viven de ellas, como los cursos de formación del profesorado y no propician un cuestionamiento global.

Necesitamos recuperar los valores educativos republicanos que hemos expuesto en este artículo, pero esto sólo puede hacerse desde una república democrática con unos valores sociales firmes que partan de las necesidades reales de la nuestra sociedad y no de las supuestas necesidades de futuro expuestas por la OCDE. Necesitamos dotar de recursos a los centros educativos, rebajar las ratios, valorar social y económicamente el trabajo de maestros y profesores y librarnos de tanta innovación educativa absurda y contraproducente. Aprender es una aventura gratificante y un fin en sí mismo, pero necesita esfuerzo e implicación por parte de los alumnos y dedicación por parte de los docentes. No podemos negar esta evidencia y vender humo incentivando el aprendizaje a partir de retos que hagan más atractivos los aprendizajes, cómo pretenden hacer las situaciones de aprendizaje. ¿Queremos educar personas que piensen por sí mismas y que sean responsables de sus actos o queremos educar con el bastón y la zanahoria para abastecer al mercado de sus necesidades? Sólo conseguiremos ciudadanos libres y si los educamos desde la verdad y atendiendo a sus necesidades. Y permítanme acabar con una última reflexión. ¿Qué le importa la revolución liberal o el teorema de Pitágoras a un alumno que está a punto de ser desahuciado de su casa? Esta pregunta me la hago a menudo porque me encuentro con alumnos con esta situación en cada curso. Para estos alumnos no existe ningún reto de una situación de aprendizaje que les pueda motivar. La escuela sin embargo, no puede ni tiene las respuestas de todo. Los centros educativos son una herramienta más para mejorar la vida de las personas, pero no la única. Mejorar las condiciones de vida de la población, los salarios, el acceso a la vivienda o la sanidad revertiría positivamente, de forma inevitable, sobre los resultados educativos. O dicho del revés, no puede haber una mejora educativa sin una mejora social de los barrios de las nuestras ciudades. El ascenso del racismo, el fascismo, la homofobia, etc. tienen su caldo de cultivo en estas realidades sociales. En los centros educativos lo sabemos bien.

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