Mi abuelo materno, alcalde en abril del treinta nueve de una aldea en la sierra de Gúdar, era un digno representante de la España nacional católica: devoto de misa, pelotari y aficionado taurino. Lo tenía todo, incluido un carácter fuerte. Todavía recuerdo como en el toro embolado de su pueblo se le quedó el brazo fuera del zaguán de la casa en la que se refugió y el animal le recordó quién mandaba en la calle infringiéndole unas buenas quemaduras.
Desde hace 18 años vivo en el Moncayo zaragozano. Villa taurina donde las haya; hasta un vecino tiene un toro particular que pasta tranquilo en las huertas de la localidad.

En las fiestas de mi pueblo el programa de vacas es séxtuplo. He aprendido que hay dos tipos de encierros: en la plaza y en las calles. En tres momentos: de mañana y de tarde y a la noche, embolados. El becerro te coge y te abrasa las posaderas en un dos por uno.
Uno de mis trabajos es transcribir los infumables programas de fiestas de los municipios ibéricos. Allí se repiten adjetivos, actos y esquemas de celebración: auroras matinales, almuerzos grasos regados con espumosa cerveza y tintos gasificados de alta graduación, concursos de naipes, sesiones de baile y vacas, muchas vacas. Me llamó la atención, el que se indicara las ganaderías de origen de los cornúpetas. Aquello me hizo pensar qué sentido tendría, hasta que encontré la maestra que me hizo saber que no eran las mismas vacas las de Merino Garde que las de Arriazu.
Dónde estén las Arriazu de Ablitas, que se quiten las demás. Confirmó esta idea mi compañera Asun, cuyo cuñado sufrió graves lesiones de espalda gracias a un bóvido de la familia Arriazu que voló desde el albero a la grada donde sometió a su familiar a una terapia de envejecimiento express.
Las Arriazu son las vacas saltarinas. Atraen al espectáculo a gentes de toda la redolada para ver a quién le parten el espinazo. Es el empeño de esta familia de ganaderos en demostrar que la Teoría de la Evolución de Darwin es cierta y que los bureles voladores suponen un paso adelante que se estudiará en las facultades de Veterinaria.
En sentido inverso, recorremos la teoría darwiniana los españoles. Sí, los varones. Este es un asunto muy masculino y muy español. Porque en vez de elevarnos a las artes nos empeñamos en el ¡ey toro! y en meternos por talanqueras donde nuestras bien nutridas tripas apenas caben.
De mi abuelo a hoy aún nos queda por evolucionar. Lo podéis comprobar en las redes de la Federació Darwinista Valenciana de Bous al Carrer. Arriazu, sin embargo, vuela.
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