Somos un pueblo que ha vivido siempre en las riberas, y las generaciones más jóvenes no pensábamos vivir nunca el miedo de nuestros abuelos, que cuando llovía, miraban por la ventana y nos decían “dejad el coche en alto”. Quizás porque no lo hemos vivido, pero hemos escuchado el miedo de nuestros mayores, hemos reaccionado rápido y no hemos sido capaces de quedarnos mirando la debacle. Nos hemos echado, literalmente, a la calle. Cargadas como mulas en comida o recogiendo alimentos. Con una escoba, con guantes, o con las manos vacías, porque la opción de quedarnos en casa viendo a los nuestros sufrir no era una opción. Estamos demostrando que trabajamos de lo lindo y que ningún himno ni discurso político puede hurtarnos el significado de la palabra “fraternidad”. Pero podríamos ser mejores, y más útiles, si estuviéramos organizados y supiéramos ocupar los espacios de trabajo como hormiguitas. A pesar de que nos hemos echado a las calles y todas las manos son buenas, es frecuente encontrar en las zonas afectadas personas vagando sin saber dónde dejar la comida o si era mejor ayudar en las casas o limpiando barro en la calle. Ahora más que nunca necesitamos el liderazgo de aquellos que llevan toda la vida haciendo voluntariado, que saben gestionar grupos, que tienen una visión más ancha y saben colocar en cada cual donde más efectivo será. Necesitamos hacer red no solo para saber dónde limpiar o qué coches levantar. Lo vamos a necesitar en los próximos meses cuando los vecinos y las vecinas necesiten saber dónde pedir las ayudas, donde acudir para tener conciliación familiar o a qué lugar puede ir a encontrar un grupo de iguales con quién encontrar una espalda en la que apoyarse y con quién desfogarse y llorar. Queda mucho trabajo, solo estamos empezando. No haremos el camino a solas, lo haremos juntas y muy organizadas. No necesitamos el permiso de la clase política para hacer el que mejor sabemos hacer: ser solidarios y tomar las calles, que como dice la canción, “serán siempre nuestras”.
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