Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

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Revista laica para la reflexión y la agitación política republicana

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Sociedades de capital y la fiscalidad en el vagón europeo (y 4)

6/07/2023

Una promesa que da lugar a perjuros, es la que corresponde al fortalecimiento de sociedades públicas para sostener el bienestar y los derechos de la mayoría. En realidad, de todos. A los falsos dioses neoliberales simbolizados por el mercado, la libre competencia, la ley de oferta y demanda, se les vio el plumero en las crisis. En realidad, a quienes se les vio el plumón fue a sus idólatras. No solo en el sector sanitario y en el de educación, también en la energía o en el bancario, por poner dos ejemplos.

Se necesita una banca pública que limite, que arbitre con autoridad suficiente para poner freno, coto a los desvaríos abusivos de unos bancos que solo se mueven en base a beneficios escandalosos, intereses y comisiones de usura, a corromper el sistema comprando voluntades con el ejercicio de las puertas giratorias. Beneficios conseguidos gracias a comisiones indecentes, mordiscos que más parecen sucios latrocinios que otra cosa. Obligaciones absolutas y sin alternativas en cuanto a ser fiduciarios de todos los servicios: tasas, pagos, ingresos, compras. Y de canjearlos por desmedidos cobros y arbitrarios modales. Una banca pública como la existente en varios países europeos, que limite usuras, acote abusos, castigue lo despótico y frene los descontrolados beneficios de miles de millones. Además, esa banca pública podría dar créditos a la industria pequeña y mediana de manera más eficiente.

No solo una banca pública. Como poco, hoy, es básica una compañía energética de capital completamente público para cuestiones parecidas en este sector. Estos últimos años hemos visto los desmedidos beneficios de las empresas de energía, todas apiñadas en un oligopolio de parentesco real. Todas mintiendo tratando de hacer creer que era Bruselas el causante de los aumentos en las tarifas a causa del gas. Todas callando cuando lo que hacían —y hacen— es una práctica de oligopolio del sector, apoyadas, asimismo, en la compra de voluntades políticas mediante puertas giratorias: en España y en Bruselas. Todas empeñadas en contar trolas, como que los olmos diesen peras, al decir que no tenían la culpa de que algo que costaba muy poco —energías provenientes del sol, del aire, de la energía nuclear o hidroeléctrica— lo cobraban —todavía lo hacen aunque algo atenuado—, a precio del gas. Cobraban quincallería a precio de diamante.

Una empresa nacional de la Energía es esencial para que el Plan Energético a plazo de diez años sea realidad. Para que el compromiso 2030 exista sosteniblemente y asimilable a las economías de la mayoría. Casi todos los países equiparables tienen este tipo de empresa pública. O, como poco, mixta. Una empresa nacional energética es de vital importancia para que parte de los beneficios, parte de las inmensas plusvalías generadas, se queden en el país para beneficio de todos/as, no de pocos accionistas.

Esa empresa serviría, lo mismo que la banca pública, para atemperar, arbitrar, eliminar las puertas giratorias. Existiría una empresa nacional capaz de dar servicio a los justiprecios necesarios y equilibrar oferta y demanda. Sin situaciones como la de Cañada Real, miles de personas sin luz, sin calefacción, sin servicio desde hace meses, años incluso.

Esta es otra promesa. Cierto que se hizo en voz baja por algunos socialistas, incumplida hoy y sin llevar camino de hacerse realidad. A pesar de abusos, beneficios de usura, precios impropios y, al tiempo, pobreza energética de millones de paisanos.

En aquellos días de confinamiento, días en los que solo se veía túnel, largo y sin luces para alegrarlo, se habló de nuestra fiscalidad: impuestos favoreciendo a quienes más tenían y tienen y cuyos paganos, en su inmensa mayoría, eran los trabajadores, las pequeñas y medianas empresas y todos, como ciudadanos, pagando tasas e impuestos. Lo mismo el pobre que el millonario: IVAS, tasas, impuestos sobre aguas, servicios, gasolinas o productos de extrema necesidad.

La fiscalidad directa española es 7/8 puntos menor que la media europea. Esta merma supone unos 75.000 millones menos de ingresos. Eso como poco. Nuestro fisco está basado en impuestos indirectos como el IVA o las tasas. Impuestos que vacían los bolsillos de toda la población, independientemente del tamaño de estos. Y muy poco en el impuesto progresivo. Aquel que grava en función del tamaño del bolsillo, del poder de su patrimonio y de sus ingresos. Mecanismos de ingeniería financiera, de evasión de impuestos, de evasión de capitales a paraísos fiscales, solo accesibles para los ricos, logran una fiscalidad entre el 5 y el 10% para las grandes empresas del IBEX en vez del 20% que tienen las pequeñas y medianas empresas.

La entelequia, pregonada mil veces en un intento de hacer comulgar con ruedas de molino, de que es la bajada de impuestos la que logrará la cuadratura del círculo: el pleno empleo y el aumento de servicios para la población es una mala manera de ocultar la verdad. Lo que pretende esta trasnochada falsedad, producto del neoliberalismo más acendrado, es mentir descaradamente y ocultar que estas prácticas a quienes favorecen, solo, es a aquellos que tienen grandes sumas, a quienes ganan mucho dinero y pagan poco, siguen pagando miserias por sus escandalosas ganancias. Ocultan que, con esta fiscalidad, los servicios que se pregonan serán pagando, tarde o temprano, y los empleos prometidos, además de elevar el paro, serán empleos de miseria. Esa es la única realidad que se puede comprobar con las estadísticas y con el cruel escenario actual en donde la desigualdad más absoluta es la evidencia. Cada vez más pobres y más míseros y, cada vez, más ricos y más opulentos. Esa es la certidumbre del neoliberalismo sustentado en la eliminación de impuestos a quienes más debieran pagarlos.

Solo una fiscalidad progresiva es síntoma de modernidad, estado del bienestar y de eficiencia. Que se apropie de la parte justa de las enormes fortunas que pululan, de los grandes grupos de negocio que arramblan con casi todo, de empresas virtuales en lo social y avariciosas en los beneficios; que se apropie de una parte para el bien Público, para todos, en definitiva. Es así como lograremos un país equilibrado, mejorar la brecha monstruo de desigualdad y llegar a la justicia social, imprescindible para el bienestar y la paz social de todos, incluso de los millonarios.

Todavía hay más promesas incumplidas, las relacionadas con la industrialización del país, con su imprescindible federalización, con el abandono de arcaicas, vetustas e ineficientes modelos de estado, con la reforestación necesaria del país, con el verdadero laicismo… Pero esas promesas, esos incumplimientos, esas necesidades, las dejaremos para otro posible artículo a tenor de la extensión del actual.

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