2. Antifranquismo y transición
1. Las trampas de la memoria una vez llegada la democracia
A mediados de los años ochenta las instituciones organizaron la desmemoria, especialmente de tiempos más remotos. Por ejemplo, en el libro Crónicas de juventud. 5 décadas de la juventud aragonesa José Carlos Mainer en su reseña de los años cuarenta dice que los antifascistas “no eran ni mejores, ni más nobles, ni más dignos de compasión que los jóvenes que fueron sus enemigos y cuyas tumbas todavía encontramos en los cementerios rurales con dedicatorias estremecedoras: N.N. 1920-1937, voluntario del Requeté (o de Falange) muerto heroicamente en el frente de Biescas, tus padres y tus hermanos no te olvidan” o “unos pocos pilotos alemanes dejaron recuerdo de admiración perdurable en algunos ignaros padres escolapios que los alojaron: aunque más rubios y más altos que los demás, también murieron entre nosotros”. No dice pilotos alemanes nazis que bombardearon Guernica y a los andaluces en la “desbandá”. Imaginemos que en Alemania se dijera que los aliados “no eran ni mejores, ni más nobles, ni más dignos de compasión que los jóvenes que fueron sus enemigos y cuyas tumbas todavía encontramos en los cementerios rurales”. El problema es el mensaje que se lanza a los jóvenes de cara a su actuación futura: es igual ser fascista que antifascista.[1]
2. Antifranquismo, los efectivos de las organizaciones políticas juveniles
Es difícil establecer los efectivos de militantes clandestinos de las organizaciones juveniles. En primer lugar, por razones obvias de clandestinidad; en segundo lugar, por el descalabro rápido de mediados y finales de los años setenta, que fueron brutales para los jóvenes militantes de izquierdas. Y, en tercer lugar, por la nula voluntad institucional en encargar estudios monográficos y la falta de curiosidad de los jóvenes historiadores.
Analizando el mismo fenómeno desde Madrid, Carlos Vaquero nos dice que la generación que nace entre 1955 y 1963 “parece no existir para los análisis que sobre los jóvenes se desarrollan en los años ochenta”. El mismo autor hace una interpretación de las causas, la transición tuvo sus “traumas” y sus “costos (…). Mi tesis es que fue la generación que nació entre 1955 y 1963 la que sufrió más duramente sus causas (…). El protagonismo de la generación que tiene entre 16 y 26 años en 1975 se diluye frente a sus ‘hermanos mayores’ que acceden a la ‘madurez política’ (…). La respuesta de sus hermanos mayores, la generación del 68, hacia la del 75 fue el vacío, el ninguneo, y posteriormente, la culpabilización de los ‘males’ que afrontaba el país”.[2]
Vamos a atrevernos a dar algunas pinceladas, aunque no tengan voluntad de exhaustividad. Palacios, dirigente del MLPA, explica: “Pilar Baselga me dijo: ‘Tú vas a ser el nuevo responsable del Comité de Estudiantes, porque yo tengo que irme a universidad’. Fue la primera célula de la Larga Marcha (LM) en los institutos. Llegamos a tener 40 militantes en aquel centro, pero no teníamos cuadros”. La LM se une a otros grupúsculos y pasa a llamarse Juventudes Comunistas de Unificación (JCU), la cual acabó en el Partido del Trabajo de España (PTE) y este los absorbió. Después se unifica con la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) y se llamó Partido de los Trabajadores. Según Palacios, el PTE y Joven Guardia Roja (JGR) eran más activistas, “queríamos caña. Éramos campañistas, teníamos bastante fuerza”. De hecho, los resultados electorales de las primeras elecciones municipales en Zaragoza corroboran estas sensaciones. El PTE consigue dos concejales en el Ayuntamiento de Zaragoza por cuatro el PCE. Todo era muy rápido: en el año 1980 el PTE se disuelve.
Según Palacios la primera organización juvenil era UJCE, pero a partir de 1975 deja de ser la primera y pasa a serlo el Movimiento de Jóvenes Comunistas de Aragón (MJCA, del MC) y la segunda la JGR, que en 1976 llega a tener quinientos militantes en Aragón. Antonio Ranera nos indica que unos pocos años más tarde “como mucho las juventudes del MC eran cien personas, incluidos los ámbitos más amplios, es decir, incluso los simpatizantes”.[3] Preguntado Magdy Martínez-Solimán, sin duda el mejor director general de juventud del INJUVE (1988-1993) de todos los tiempos, sobre la situación de las organizaciones juveniles a lo largo de estos cuarenta años nos dice: “Creo que la izquierda lo intentó. Tuvieron bastante fuerza en su día la ASU, las Juventudes Socialistas, el MJSC en Cataluña, las Juventudes Comunistas, la Joven Guardia Roja, la JOCE –a la que incluyo en la izquierda, naturalmente no entre las laicas–, en la lucha contra el franquismo y en la transición, sus primeros años. Hubo un fenómeno de brain drain (fuga de cerebros) por parte de unas organizaciones políticas con un liderazgo muy joven que, cuando necesitaron relevos, tiraron de sus juventudes, dejándolas en cuadro. También decayó algo de la mística de la transición y se impuso una realpolitik poco atractiva. Y así se debilitaron las estructuras en los noventa, incluso llegando muchas de las organizaciones a desaparecer. Yo veo hoy algunos planteamientos interesantes por parte de las Juventudes Socialistas, con liderazgos muy creativos e inteligentes. Pero creo que se han modificado mucho esas organizaciones como eran hace cuatro décadas, del mismo modo que ha habido una transformación radical de los partidos”.[4]
Lo sorprendente es que muy probablemente hubo más militantes de organizaciones políticas en la clandestinidad que en cualquier otro momento de los siguientes años de libertad. Un hecho que nos obligaría a reflexionar. Es lo que pretendemos en ese trabajo.
3. Algunas experiencias de militancia clandestina
Para los jóvenes de 2022 voy a relatarles cómo eran algunas de las acciones clandestinas de aquellos jóvenes con Franco aún vivo. Seguimos a José Luis Palacios en dos de estas acciones. A) “Fui a la primera manifestación ilegal, en el año 1974, con trece años, y me acompañaban dos militantes de unos dieciocho años, mis monitores de la comunidad cristiana de base y la ACF del Picarral, para protegerme. Se hacía un salto, venía la policía, etc., se volvía a hacer otro salto… Así desde la plaza de España hasta la calle Delicias, tres kilómetros. Los dos monitores no me soltaban de la mano, cuidándome, y yo aterrorizado tratando de desasirme y salir corriendo. Pasé muchísimo miedo”.
B) “A los catorce años, cuando tenía que hacer el bachillerato, la jefa de los jóvenes de la LM de mi barrio, Ana Chueca, me dijo que tenía que derivarme al frente de secundaria, una organización que se llamaba Comités de Estudiantes. Y tuve una cita clandestina con el Heraldo de Aragón debajo del brazo con Pilar Baselga, responsable de ese frente. Un joven de catorce años con este periódico era un poco surrealista y la consigna fue: ‘¿Fumas? ¿Me das un cigarro?’. ‘Sí, pero Celtas’”.
Y C) Palacios, lejos de magnificar la militancia antifranquista también expone una realidad plagada de errores: “En 1975 participé en mi primera tirada de octavillas. Debía ser para un primero de mayo o algo así. El grupo se conformaba con militantes de distintas células, dos críos de catorce años, José María López y yo, y dos más mayores, del frente obrero y del de barrios, teóricamente desconocidos para nosotros por la seguridad que daba la compartimentación de la clandestinidad. Pero resultó que esos dos militantes eran ¡nuestros dos respectivos hermanos! Además, nos tocó tirar las octavillas en nuestra propia barriada, a pocas calles de nuestros domicilios, con lo cual se nos acercaban los compañeros del colegio mientras tirábamos los panfletos y salíamos corriendo…”.
De qué país venimos. José Luis Trasobares,[5] uno de los mejores cronistas y analistas, el Enric Juliana aragonés, nos explica que en los años setenta aún perduraban los efectos de la guerra. Aragón quedó “dividido en dos mitades (…) es dudoso que haya otras comunidades o regiones de España que pagaran (proporcionalmente) un precio tan alto. Aragón estaba en estado de choque al término de la guerra”. Pero aún en los años setenta se notaban sus efectos como, por ejemplo: “El individualismo, la falta de iniciativa, el vacío asociativo, la resistencia a establecer el mínimo compromiso, no solamente político sino de cualquier actividad, el atraso cultural y el miedo a recordar cuáles fueron los efectos últimos de aquella contienda que todavía proyectaba su sombra sobre los aragoneses de 1970”. Era la época en que los padres decían sus hijos “no te signifiques”, como hemos dicho antes. “Aún el 19 y 20 de noviembre de 1975 dos estudiantes zaragozanos fueron torturados sin compasión y probablemente estuvieron a punto de morir en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía. De hecho, siendo ya rey Juan Carlos de Borbón las torturas en la Dirección General de Seguridad en Madrid fueron horrendas, parangonables a las explicadas por Vicente Cazcarra. Lo he documentado ampliamente en la detención y brutales torturas de la dirección de la UJCE los días posteriores al 17 de abril de 1976, sin que ni el emérito fugado ni su hijo hayan pedido hasta ahora disculpas.[6]
El año 1972 el PCE llama a reivindicar el Estatuto a partir del anteproyecto de Caspe de antes de la guerra. De hecho, en mayo de 1976 hay una concentración reclamándolo. Trasobares dice: “Naturalmente, el PSOE estaba desaparecido. La primera vez en mi vida que vi a un representante socialista fue en una reunión de partidos y organizaciones que se celebró en 1973. Todos nos preguntábamos dónde diantre había estado aquella gente mientras caían chuzos de punta”. Aunque nos haya llegado la idea de que a finales de los sesenta y principios de los setenta había una revolución sexual y orgías por doquier lo cierto es que la gente se casaba ante un cura en la iglesia y se discutía si las parejas podían tener relaciones prematrimoniales. Trasobares define los setenta como unos tiempos “de matrimonios de penalti[7] con una abundancia portentosa”, descripción muy lejana a aquellos que dicen que participaron de las ideas del Mayo del 68. En España estos se casaban todos por la iglesia. Mucho hablar de orgías pero pocas nueces. Realista también es Miguel Ríos cuando escribe: “Follar en España no era pecado, porque seguía siendo un milagro”.[8] Además, Trasobares nos recuerda que “existían clubes deportivos donde ni siquiera era posible que hombres y mujeres disfrutasen de la misma piscina”.
5. Crisis y transición en Aragón
Trasobares (1953) dibuja el panorama: “Por el horizonte asomaba su linda cabecita aquello que se dio en llamar la posmodernidad. Bastante tenían el Partido Comunista y los grupos aún más radicales con librarse de sus propios demonios interiores y afrontar una coyuntura política, social y económica muy distinta de la que parecía reflejada en los manuales clásicos (…). El centralismo democrático se desveló como un sistema incompatible con las aspiraciones de unas militancias que no se resignaban a obedecer callada y disciplinadamente a sus respectivos jefes”. Muchas personas abandonaron el PCE en 1977 “al que habían sacrificado años enteros de su vida, a veces la juventud entera”. Se podía “ser marxista, roquero, hippy, ratón de biblioteca… o todo junto y a la vez. Quien más perdió fue la generación que venía después de la mía, la de los nacidos al filo de 1960 (…). Esta generación, tan hermosa y valiente, se iba a quedar colgada en el inicio de los ochenta”.[9] Una de las enseñanzas de este proceso es que cuesta mucho construir un partido y muy poco destruirlo. Y cuando hay una pugna entre sectores nadie tiene en cuenta que la mayor parte de la gente se va a casa.[10]
Trasobares continúa: “En esta década camaleónica habíamos de conocer el entusiasmo y el desencanto sin agotar todavía nuestra juventud”. Los tiempos se aceleraron: “Tres años después ya estaba todo patas arriba: teníamos Constitución, un gobierno elegido por sufragio universal, Víctor Viñuales legalizado,[11] decenas de pubs a cuyas puertas te ofrecían ‘¿quieres chocolate, colega?’. La izquierda radical se tragaba sus propias miserias, se deshacía en manos de dirigentes estúpidos o deshonestos, mientras la izquierda oficial convertía la componenda en un ejercicio cotidiano (…). La transición tuvo efectos devastadores para la izquierda. Vimos al PCE enredarse en enfrentamientos internos al hilo de sus fracasos electorales (…). Vimos al PTE autoextinguirse después de mil trapacerías (…) empieza el despegue del caballo y la gente de orden se queja de que cada vez hay más delincuencia (…) ni todos los jóvenes intentaron transformar la sociedad a través de la acción política; ni todos los jóvenes aprendieron a fumarse la vida bajo un ‘baffle’ con una birra en la mano”.[12] Trasobares nos dice que en la transición “se juntaron muchas cosas: el desencanto, el hecho de que la transición acabara en vía muerta en cierta medida. Soy de los que cree que la transición se planteó en unos términos razonables habida cuenta de la correlación de fuerzas. En la transición, desde el punto de vista democrático e incluso como lo llamábamos entonces, democrático-burgués, se suponía que la transición era una estación de paso y rápidamente vimos que se convertía en una estación término. Y a partir de ahí se produce lo que llamamos el desencanto. Aterriza entre los jóvenes y no tan jóvenes lo que podríamos llamar la vida loca porque la gente arrastra un déficit de diversión, de hedonismo, de disfrute y de libertad. No había hasta entonces contacto con el mundo de las drogas y la gente se engancha al caballo. Gente de nuestras juventudes, los gitanos, los jóvenes trabajadores, hasta los de la alta burguesía zaragozana. Las organizaciones antifranquistas eran en realidad muy débiles, no dejábamos de ser grupúsculos. Al final aquello fue crepuscular, en cuatro o cinco años toda la izquierda a la izquierda del PSOE estaba patas arriba. En la izquierda española probablemente desde sus orígenes en el siglo XIX no ha habido mucho cerebro, no ha habido elaboración teórica. Todo el mundo habla de Manolo Sacristán como una excepción en el páramo”. Aquella etapa acabó muy mal, seguimos a Trasobares: “La generación que viene después de la mía se quedó sin organizaciones porque vio cómo fracasaba todo aquello porque en vez de ser muchos más militantes vieron cómo aquello se iba reduciendo. Hubo una desbandada monumental. En el 82 yo tenía 29 años, desde los 18 había estado metido en harina. Disfruté mucho y no sufrí mucho la represión más allá de que me quitaron el pasaporte y me dieron un par de palizas, pero no llegué a estar nunca detenido. Yo pude asimilar con 29 años lo que estaba pasando, pero el que tenía 22 o 23, uno estaba de depresión, el otro era yonqui, el otro dejó los estudios y se ha quedado colgado profesionalmente y no sabe a qué dedicarse ni qué hacer. Yo tenía una década detrás, podía tener otras lecturas al conocer otras experiencias y tenía una vida profesional y personal encauzada”. José Luis Palacios, nacido en 1961, vivió de lleno el desgarro que explica Trasobares: “Hay el desencanto y el drama de las drogas. Creo que un tercio de las ejecutivas regionales de la JGR en España y de otras organizaciones juveniles murieron por sobredosis. Además, no es que la gente se fuera, es que el partido desapareció de un día para otro por la implosión que significó la unificación con la ORT y por la propuesta del secretario general del PTE Eladio García Castro de montar una especie de Partido Radical. En junio de 1980 se acaba la JGR y el PTE, del grupo dirigente de la JGR de Aragón, al disolverse quedó como un grupo de amigos. Y empezamos a vivir nuestra juventud, teníamos entre 19 y 23 años. Los partidos a la izquierda del PCE se construyeron en torno al dogmatismo maoísta o estalinista y eso era algo insostenible en los años setenta y en los ochenta estaba totalmente fuera de lugar. Si hubiésemos sido más flexibles, habríamos tenido más posibilidades de sobrevivir. Se daba demasiado de hostias con la realidad. También había un problema de cansancio, éramos unos militantes totales, lo habíamos dado todo. Además, hay que tener en cuenta el jarro de agua fría que supone que ni siquiera el PCE triunfa”.
¿Qué se hizo de todos estos jóvenes? Otra de las frases que han hecho fortuna es que los antifranquistas pasaron de la clandestinidad a las instituciones. Creemos sinceramente que no se puede aplicar este principio a toda aquella generación de gente joven. Fueron muy pocos los que llegaron a las instituciones, contados con los dedos. La mayor parte optaron por recuperar el tiempo perdido laboral, académica o emocionalmente. La sensación de aquellos días de institucionalización es que quienes ocuparon aquellos espacios no eran los de los tiempos difíciles. En general los ocuparon los oportunistas. Por eso una parte muy importante de quien los ocupó tenía un especial interés en que no se supiera que no había estado en el antifranquismo. Los olvidos no son nunca casuales. Además, no sabían nada de la naturaleza del poder, eran de una ingenuidad agobiante. Todo ello nos hace reflexionar sobre el hecho de que los agentes del cambio quedan muy a menudo fuera de la historia por falta de voz. Lo mismo les pasa a las mujeres, a los niños, etc. A pesar de que en aquellos momentos de cambio los jóvenes demostraron una gran capacidad de movilización durante un corto periodo de tiempo, no deja de sorprender qué bases tan poco sólidas tenían las primeras organizaciones del antifranquismo. Ello nos indica, en parte, lo que sucedió poco más tarde. Y Aragón no fue una excepción.
6. Venimos de donde venimos: de aquellos lodos…
La reconciliación solo se propuso desde la izquierda. Aún hoy la derecha política y la iglesia no han querido la reconciliación. Pero el error fundamental de la izquierda fue el olvido. Un olvido que no fue simétrico y que solo afectaba a las ideas, organizaciones y personas laicas y de izquierdas. He dicho bien: también a las organizaciones. Coincido con Monedero en el escaso tejido asociativo en España, pero en el aún más escaso tejido asociativo laico y de izquierdas.[13] La idea tan repetida de que la baja participación tiene que ver con que somos un país latino no nos debe hacer olvidar que España, Grecia y Portugal han sufrido unas dictaduras bestiales que imposibilitaban la participación de la gente de izquierdas.
No tiene razón Ramón Cotarelo cuando dice que “no había en España una tradición de asociacionismo social laico en la que pudiera apoyarse un movimiento regenerador de la educación”.[14] La tradición era muy fuerte pero el franquismo arrasa con cualquier atisbo de organización laica y de izquierdas. Crean el Movimiento Nacional que se dota de unas estructuras (no asociativas) de encuadre obligatorio por sectores: Coros y Danzas, Sección Femenina, el Sindicato Vertical, la OJE. Quizás haría falta que algún día saliéramos de la visión a corto plazo y miráramos más allá. Quiero decir que antes del franquismo la gente de izquierdas sabía que existían algunos ámbitos de colaboración estratégicos que eran sagrados. Por ejemplo, en el cooperativismo y en los proyectos a los cuales se vinculaba, como las escuelas obreras y populares, y en gran parte de los ateneos, la colaboración entre las izquierdas era muy intensa. En estos mimbres podríamos poner también a algunos medios de comunicación populares y entidades de ayuda mutua de diferente tipo.
[1] José Carlos Mainer: “Introducción y años 40”. En VV AA: Crónicas de juventud. 5 décadas de la juventud aragonesa. Diputación General de Aragón, Diputación Provincial de Zaragoza. Ayuntamiento de Zaragoza. Zaragoza, 1985.
[2] Carlos Vaquero: “Movimiento estudiantil y cambios políticos en la España actual. La influencia del cambio de época en la acción colectiva estudiantil”, en Paloma Román y Jaime Ferri (eds.): Los movimientos sociales. Conciencia y acción de una sociedad politizada. Consejo de la Juventud de España. Madrid, 2002, p. 118 y 122.
[3] Cuando en el libro ponemos entre comillas reflexiones u opiniones de los 27 entrevistados, no repetiremos una y otra vez la referencia a pie de página. Se puede ver qué entrevistas se han hecho y en qué fechas al final del libro. Solo aparecerá una nota a pie de página cuando las opiniones no provengan de las entrevistas realizadas para este proyecto sino de otras fuentes.
[4] Magdy Martínez-Solimán. Cuestionario correo electrónico 3-5-2021.
[5] Seguimos en este a capítulo a José Luis Trasobares: La segunda oportunidad. Crónica sentimental de los años setenta. Biblioteca Aragonesa de Cultura, Zaragoza, 2007.
[6] Jordi Serrano: Carta a un republicano español. Ed. Bellaterra. Manresa, 2021.
[7] Para los más jóvenes: casarse de penalti quería decir que la chica había quedado embarazada y, por la moralidad cavernícola de la época, había que casarse rápidamente. También era una forma de forzar a los padres a un matrimonio no deseado. Lo más normal es que fueran embarazos no deseados producto de la incultura sexual general de la época.
[8] Miguel Ríos: Cosas que siempre quise contarte. Ed Planeta. Barcelona, 2013.
[9] José Luis Trasobares: La segunda oportunidad, op. cit.
[10] No tengo datos a mano del PCE pero sí del PSUC. Pasó de tener 11.139 militantes en marzo de 1977, justo antes de la legalización, a 29.850 en noviembre de 1977. Algunos incluso lo sitúan en 38.400 en abril de 1978. En junio de 1982, después de la crisis entre eurocomunistas y prosoviéticos, pasó a 9.000 militantes. Es decir, entre 20.000 y 29.000 se fueron a casa. BOTELLA, Joan. L’electorat comunista a Catalunya. Tesis doctoral, 1982. Bellaterra. BOTELLA, Joan. Els delegats del IV Congrés del PSUC. Partits i parlamentaris a la Catalunya d’avui. Edicions 62. Barcelona, 1980. CEBRIÁN, Carme: Estimado PSUC. Ampurias. Barcelona, 1997, pp. 190-191. Datos de la JCC: contaba en noviembre del año 1977 entre 2.629 y 4.500 militantes. Cuando se celebra el segundo congreso de la JCC en 1980 los militantes han bajado hasta 591. El Informe de organización en el 2.º Congreso daba los datos comparando la militancia en el primer congreso, 2.629, y los del segundo, 591. Los 4.500 del primer congreso son datos oficiales de la época. Ver “Resolución política general”, I Congreso JCC. Noviembre 1977. Archivo Jordi Serrano.
[11] Forma divertida de explicar que fue legalizado el PCE.
[12] José Luis Trasobares: “La década de los 70”, en VV AA: Crónicas de juventud. 5 décadas de la juventud aragonesa. Diputación General de Aragón, Diputación Provincial de Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza. Zaragoza, 1985.
[13] Juan Carlos Monedero: La transición contada a nuestros padres. Nocturno de la democracia española. Catarata. Madrid, 2017, p. 271.
[14] Ramón Cotarelo: España quedó atrás. Now Books. Barcelona, 2018, p. 55.