La democracia española ha echado raíces sobre las fosas comunes de las personas republicanas asesinadas (López, 2021). Cuarenta años de franquismo fueron muchos y el implacable ejercicio de amnesia y olvido que los penetró realizó su función. Puso las bases para construir una democracia rota de pasado que perdiera el hilo rojo de la lucha popular por la emancipación.
La cura para una sociedad que ha sufrido represión y muerte es una justicia que desvele la verdad y dé reparación. Lo merecen los republicanos y republicanas que sufrieron cárcel y calamidades, y las personas que murieron ejecutadas en tapias o descampados y yacieron o yacen en cunetas por defender la democracia. Lo merece la militancia antifranquista que luchó por derrocar la dictadura de Franco.
Y lo merecen especialmente las mujeres antifranquistas. A pesar de que su legado de resistencia haya sido muchas veces oscurecido, se puede apreciar su presencia en el rostro del feminismo que lucha en las calles defendiendo derechos.
El rol de las mujeres en la España franquista
No fue fácil sobrevivir a las nuevas circunstancias. Frente a los avances sociales y democráticos de la II República en el Estado español, la derecha fascista reaccionó. Se presentó como la opción que pondría en su lugar a la República. Lo hizo con golpe de Estado y guerra civil. Los poderes económicos y fácticos -con la Iglesia a la cabeza- le habían dado luz verde. Apareció el franquismo.
El régimen de Franco reservaba para las mujeres un único espacio: el hogar. En la nueva moral nacionalcatólica, representada por la Sección Femenina, ser ama de casa era la mejor y única opción. De esta forma, se mantenía a las mujeres sumisas y se disciplinaba a las rebeldes republicanas posicionadas en el bando perdedor.
Contra ellas se desplegó una tremenda violencia física y política: rapados, ingesta de aceite ricino, violencia sexual, fusilamientos, exilio, cárcel. Conxita Mir[1] afirma que ‘ni la guerra ni la revolución fueron un asunto exclusivo de hombres’. Alrededor de un diez por ciento de las personas que sufrieron violencia política y la justicia militar franquista en Cataluña, fueron mujeres.
El franquismo acabó con la democracia y puso punto y final a los avances feministas de la República. Firmó un acuerdo con la Santa Sede que institucionalizó la influencia de la Iglesia. Se restableció el Código Civil de 1889 que fijaba en veinticinco años la mayoría de edad de las mujeres y prohibía el matrimonio civil, la contracepción y el divorcio. También impedía trabajar sin el consentimiento del marido, poseer pasaporte, tener una cuenta en un banco, administrar bienes, firmar contratos, disponer de ingresos… Y hombres y mujeres perdieron el derecho al voto.
Pero, siempre que hay represión, aparece la resistencia. Una de las formas organizativas en las que se materializó la oposición de las mujeres al franquismo fue con las llamadas ‘mujeres de preso’. Una acción basada inicialmente en cuidados a presos y presas -comida, jabón, tabaco, ropa…- que posibilitó espacios de encuentro, solidaridad y resistencia entre mujeres y que derivó en acción política.
Irene Abad y Sandra Blasco[2] teorizan acerca de ‘los mecanismos represores del franquismo (que) generaron una serie de situaciones, espacios o contextos -específicamente en el universo penitenciario- que potenciaron la politización y la acción de las mujeres’. La situación tuvo una dimensión política, ya que en las puertas de las prisiones se mezclaban mujeres con trayectoria política y sin ella. Las mujeres políticas del interior compartían sus conocimientos de cómo moverse en la burocracia franquista, vital en ese momento.
Sembraron solidaridad dignificando el papel de estas mujeres que entonces estaba muy estigmatizado. Las que antes ocultaban su condición por vergüenza y miedo y lo vivían en soledad, pasaron a autodenominarse ‘mujeres de preso’. La solidaridad y la resistencia pasó a ser colectiva.
Primero la revolución …
Pero el desarrollo de las reivindicaciones específicas de las mujeres no fue tarea fácil debido a la idiosincrasia y al machismo encubierto en los partidos de izquierda. ‘Primero la revolución, después vendrán los derechos de las mujeres’ decían los partidos comunistas durante el antifranquismo. Se escondía una historia de incomprensión hacia el feminismo y una asunción del patriarcado. Rechazo y sorna sufrían las que apostaban por avanzar en reivindicaciones desde la opresión y posición específica como mujeres. Eran tiempos duros, poco dados a sutilezas.
La tensión política entre marxismo y feminismo no se limitó al campo de las reivindicaciones políticas. Otro problema serio, en el seno de las organizaciones del movimiento obrero y movimientos sociales, era el sexismo. Siempre estuvo presente el ninguneo en el trabajo y la división sexual de la actividad política. Muchos priorizaban el papel de las mujeres en la reproducción social, en los cuidados. Todo esto derivó con el tiempo en un divorcio entre una parte del movimiento feminista y los partidos políticos.
Aunque, la evolución natural de la militancia de las mujeres en los partidos llevó a que se crearan espacios propios, como el Movimiento Democrático de Mujeres -UDM- en 1965. Un movimiento de masas que unía la lucha contra la dictadura con la liberación de las mujeres. Lugares en los que también aparecían las contradicciones. Estaban las militantes que abogaban por una clara lucha feminista y las que priorizaban enfocar los esfuerzos hacia la militancia directa contra el franquismo. Estas últimas veían a las organizaciones de mujeres prioritariamente como un elemento instrumental para acelerar el final de la dictadura.
En los inicios de los setenta el feminismo creció dentro y fuera de los partidos de la izquierda, con diferentes expresiones organizativas. Se expandió como una mancha de aceite en universidades, sindicatos y barrios. A partir de 1976 empezó a organizarse como movimiento social totalmente autónomo. El divorcio entre el movimiento feminista y los partidos políticos, estaba consumado.
Democracia y crisis: victoria y ¿derrota?
El final de la dictadura y el inicio de la transición supusieron un gran triunfo, pero también un desgarro para los partidos y la militancia transformadora y comunista. Las organizaciones sobre los que había recaído el peso de la lucha antifranquista se enfrentaron a problemas cruciales. Se había conquistado la democracia, pero ¿cómo continuar avanzando?
El PCE, que fue el partido fundamental del antifranquismo, había diseñado una estrategia de oposición política a través de la movilización social. Su militancia jugó un papel esencial en la articulación y crecimiento de los principales movimientos sociales, como el obrero y el estudiantil. Como dicen Carme Molinero y Pere Ysàs[3] ‘el mérito del PCE fue metabolizar las experiencias obreras, elaborar una propuesta y devolvérsela a la clase trabajadora’. Pero: ‘Desde la década de los ochenta, y de forma decisiva en los noventa, los partidos comunistas no fueron capaces de superar los grandes retos a los que se enfrentaban las sociedades europeas de finales del siglo XX’.
De un lado, las estructuras de las organizaciones políticas ya no se adaptaban suficientemente a las necesidades del momento. De otro, la escasa representación parlamentaria que consiguieron los partidos a la izquierda del PSOE -y fundamentalmente el PCE- hizo que no pudieran garantizar políticas institucionales de verdadero cambio.
Era complicado encontrar el camino cuando se había constatado que la ruptura a través de la confrontación social se alejaba. Las huelgas generales y movilizaciones convocadas al inicio de la transición, no consiguieron el seguimiento y la fuerza suficiente para lograr el objetivo buscado: colapsar el sistema franquista. Marcar el ritmo para construir una democracia transformadora, se convirtió en una tarea inalcanzable.
Las crisis internas de los partidos determinaron esa dificultad. En la militancia antifranquista y en la sociedad, apareció un gran cansancio, desencanto y desmovilización. Era complicado adaptarse a los cambios, a lo necesario en el nuevo marco. Difícil, dado que las estructuras existentes en la izquierda habían sido diseñadas para la lucha antifranquista. Así, algunos partidos se transformaron o desaparecieron, otros se dividieron entrando en un proceso de autodestrucción.
Paralelamente, las nuevas figuras políticas emergentes supieron sintonizar con las ansias de cambio social mesurado y potenciaron una cierta amnesia. ‘Vote centro’ y ‘Por el cambio’, los eslóganes de la UCD y el PSOE, conectaron con la masa electoral. Seguramente aún seguía vivo el miedo que durante años había inoculado el sistema en la sociedad. Y era una excelente herramienta de creación de opinión y un freno para la transformación. Máxime, cuando la apuesta de los medios de comunicación era ese cambio limitado.
La lucha por la memoria estaba herida. Las nuevas figuras políticas ejercieron un cierto adanismo y sembraron alguna alarma sobre el peligro de recordar. No había que tensar mucho la cuerda, parecían decir. La Ley de amnistía de 1977 fue el primer paso. En 1981, el 23F hizo el resto. El hilo rojo se hundió en la tierra. El olvido encontró personas dispuestas a acogerlo.
Queremos recoger y alargar el hilo rojo de nuestra Historia. Esponjar el camino para que brote del suelo nuevamente. Y que se produzca el reconocimiento a las personas que resistieron al fascismo y construyeron la democracia. En unos tiempos en los que había que tener generosidad y coraje. Pero sobre todo un gran corazón. Como el que nos muestran las mujeres antifranquistas. Siempre les estaremos agradecidas. A ellas, las que, como cantaba Mercedes Sosa, vinieron a ofrecer su corazón.
Extracto del prólogo del libro ‘Testimonios de resistencia. Las mujeres en el franquismo y la transición en Zaragoza’. Descargar libro: https://www.fundaciondeaccionlaica.org/libros/testimonios-de-resistencia-mujeres-en-el-franquismo-y-la-transicion-en-zaragoza/
[1] *Mir Curcó, Conxita. ‘Mujeres, género y violencia en la guerra civil y la dictadura de Franco’. En Conxita Mir y Ángela Cenarro (Eds), La presencia de las mujeres en la represión franquista, Valencia, Tirant humanidades, 2021, pp. 17.
[2] ** Abad Buil, Irene y Blasco Lisa, Sandra. ‘De la liberación de la mujer al movimiento feminista: compromiso de acción ‘desde abajo’ en la Zaragoza del tardofranquismo’. En Sergio Calvo, Cristian Ferrer e Iván Romero (Coords), Lucha y movilización en la Zaragoza del franquismo 1958-1978. Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2023, pp. 140.
[3] Molinero, Carme e Ysàs, Pere. ‘De la Hegemonía a la autodestrucción. El PCE en España (1956-1982)’. Crítica, 2017. pp. 9, 400.



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