Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

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Revista laica para la reflexión y la agitación política republicana

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Asaltar los Suelos XIV: Parte de lo que somos

Irene Coscollar Escartín es Médica Especialista de Área en Medicina de Familia en el Hospital Obispo Polanco de Teruel. Militante del MLPA de 2008 a 2015, fue coordinadora en la Facultad de Ciencias de la Salud del colectivo EDU y responsable de FADEA en varios centros de enseñanza media. Formó parte de la comisión ejecutiva de UGT Aragón en la Secretaría de Juventud, Cooperación y Nuevos Movimientos Sociales.

 

Siete y media de la mañana. Tímidamente vibra la alarma del móvil debajo de la almohada, atenuada a propósito para no molestar al resto de los durmientes del Especiero. Aunque en sueños ya he oído vibrar alguna otra a través de la pared, incluso el discurrir del agua de la ducha. Siempre hay alguien que madruga más…

Un haz de luz intenta colarse en la habitación a través de la persiana. Escasamente está amaneciendo. Me armo de valor y salgo de la confortabilidad de las sábanas, me envuelvo en la toalla y, aterida de frío, llego hasta la ducha, fuera, en el rellano de la escalera.  Allí intento deshacerme de la resaca a través del desagüe y me recargo de energía para afrontar el día que, como siempre en La Nave, será largo e intenso.

De camino al albergue me empapo de la tranquilidad de las calles de Torrellas a primera hora de la mañana, haciendo acopio de paz y serenidad, con la mirada puesta en la cumbre del Moncayo, que en noviembre ya se tiñe de blanco para deleite de los que tenemos la suerte de admirarlo con cierta frecuencia. De camino al albergue me saludan las calles vacías, únicamente algún lugareño cargado con sus aperos agrícolas me dedica una mirada cómplice de camino a sus obligaciones.

El traspasar la valla todo cambia. Dirijo una primera mirada a la puerta del bar, donde dos aborígenes muy madrugadoras ya llevan un buen rato dejando como los chorros del oro el fantasma de la fiesta de anoche. Me saludan acaloradamente, yo hago lo propio y me adentro en la Nave por la puerta principal. Son casi las 8, llego puntual a la reunión. Por el pasillo me cruzo con algún alumno del curso de Monitor de Tiempo Libre que, con cara de no haberse despertado del todo, se dirige a las duchas comunes prudentemente, antes de tener que guardar fila en el pasillo. Conforme me acerco a la cocina se oyen ruidos de cacharros, alguien prepara el desayuno para el centenar de jóvenes que está a punto de despertarse.

Entro a la sala de reuniones y me alegra no ser la última, aún queda algún coordinador de centro apurando el placer de la ducha. Los que estamos intentamos reconstruir la noche anterior para sacarle todo el jugo posible antes de adentrarnos en el día que va a dar comienzo con el inicio de la reunión.

Durante media hora escasa, pero muy intensa, repasamos la agenda del día y las responsabilidades que deberá adquirir cada uno de los presentes. Entre bromas y untar magdalenas en el café conseguimos organizar la jornada.

A simple vista puede parecer un día más en la vida de un grupo de jóvenes reunidos un fin de semana en un albergue juvenil. Pero La Nave era algo más, y lo fue durante una época de la vida de cada uno de nosotros y nosotras, de los militantes, animadores, docentes o amigos que siempre estaban dispuestos a echar una mano. Era el símbolo de un proyecto, el Movimiento Juvenil Aragonés Laico y Progresista, que con nuestra participación y un duro trabajo ha ido adquiriendo forma durante años, y se ha consolidado como una entidad dispuesta a transformar la sociedad para convertirla en más humana, igualitaria, tolerante y equilibrada.

Por mi parte, me considero afortunada de haber pertenecido a ese grupo de jóvenes (ahora ya no lo somos tanto) que vivieron, amaron, lloraron, construyeron, participaron y se enriquecieron de aquella experiencia. Lo que somos en el presente no se explica sin lo que hicimos en el pasado e indudablemente parte de lo que somos se lo deberemos siempre al Movimiento, a La Nave, a las asociaciones y a las personas que durante años formaron parte, no de nuestra vida, sino de nuestra forma de vivir la vida. Gracias.

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