Vi un gato que me pareció blanco. Me asusté. ¡Maldito de gato! ¡Qué susto! El gato hizo el mismo gesto, si los gatos hablaran hubiera dicho: qué cabrón. Miré el gato, era blanco de la cabeza a la cola. (el gato no era del todo blanco, pero yo en aquel momento no lo podía saber).
Los gatos tienen mala fama, a mí, en cambio, me parecen unos seres fabulosos. Soy tan partidario que me estoy planteando dejar de ser ciudadano para convertirme en gato. Mis amigos creen que es una tontería dejar de ser ciudadano de primera categoría para convertirme en animal felino. Los gatos no tienen horarios. Cuando tienen hambre solo tienen que esperar que un vecino los dé de comer. No tienen que trabajar. Además, no se pueden quedar nunca en el paro y por tanto no tienen que ir a la oficina del SEPE, ni tienen que vivir del poco subsidio que, con suerte, te dan. Ni tienen que llenar los millones de papeles para ser autónomo. Los gatos no necesitan comprar vivienda, saben que estamos todos de alquiler condicional en esta limitada vida. Ellos ni alquilan piso: son okupas. Cuando un lugar les gusta se instalan y se quedan a vivir. Cuando ven que llega un propietario, antes de ser desahuciados marchan. No quieren problemas con la justicia y la policía porque saben que no es nunca justa. Los gatos saben leer, pero cuando les tiras unas cuantas espinas envueltas con papel de diario no se entretienen nunca a leer las noticias, cosa que los humanos hacemos. Por lo tanto, les da igual si continúan las guerras, no sufren. Miráis si son listos los gatos que los cazadores cazan de todo, pero gatos nunca. ¿Habéis oído nunca a habla de una cacería de gatos? ¡Qué listos son los gatos! Además son muy sabios, fijaos que hay perros policías pero gatos policías no.
Volvemos al inicio, el gato me miró, debía de pensar que era alto y fuerte –iba equivocado, efectivamente soy alto, pero nada fuerte-. ¿Pero como lo podía saber él? Su mirada denotaba tensión. Pensé: ¿se me echará encima? El gato, por su parte, pensó: ¿me meterá un puntapié?
Mientras tanto pasó un coche y fugazmente nos iluminó, me di cuenta de que el gato no era blanco era en realidad muy negro. Nunca te puedes fiar de nada, incluso una imagen que te parece nítida, al cabo de un rato te puede parecer muy diferente. Todas las verdades son provisionales. Continué cavilando: ¿si se me echa encima? ¿Qué hago? Tengo que sacarlo de aquí, pero, ¿cómo? ¿Quizás alguna vez he hecho daño a algún gato? Recordé de repente que, de pequeño, una vez había tirado de la cola a un gato. Después pensé que de esto hacía más de 60 años y aquel gato no podía ser este. De hecho, ¡qué mal momento, le hice pasar a aquel gato! No me siento nada orgulloso. ¿Pero puede ser este un hijo o nieto de aquel gato? No, definitivamente no puede ser. ¿Por cierto, los gatos hablan? ¿Se comunican? ¿Podría ser que la fechoría se hubiera trasladado por historia oral de gato a gato hasta hoy? He hecho una consulta técnica al historiador Xavier Domènech, pero me ha dicho que no lo sabe. Incluso los buenos historiadores tienen limitaciones.
El gato, mientras tanto pensaba: si me quiere meter una coz, ¿hacia dónde tengo que correr? ¿Lo puedo esquivar? ¿Es que quizás lo he arañado alguna vez? Recordó que efectivamente una vez arañó a una persona sin querer. Pero era una chica. El gato sabía que no lo tendría que haber hecho, porque aquella chica era la que le daba la comida cada día. ¡Qué haremos! Ni él sabía porque a veces hay gatos que arañan a quien les da de comer. Quizás es que no soportan estar en deuda. Hay personas así también, yo conozco unas cuántas.
El gato calculó cuántas posibilidades había de salir pitando o de atacarme si me abalanzaba hacia él. Desconcertado tensó todos los músculos, para poder hacer un buen bote en el momento adecuado y poder huir. Sabía por experiencia que los humanos gastan malas pulgas. Después de cavilar decidí que el animalito era simpático y que quizás le podría dar la comida que tenía a la nevera. Pero si le hago el gesto de cogerlo quizás me arañará. ¿Cómo le explico que tengo comida para él? El gato pensó que hacía pinta de buen hombre. Pero, si se confiaba, quizás sería demasiado tarde. Un coche pasó e hizo sonar el claxon. Los dos nos giraron instintivamente a ver porque carajo hacía sonar el claxon el coche. Simplemente era un cruce y el conductor no quería parar. Pasaron de tres décimas de segundo. Pero fue muy intenso. Ni yo ni el gato hicimos nada. El gato continuó andando cómo si nada, yo también. Uno olvidó el otro al cabo de un instante.

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