Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

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Revista laica para la reflexión y la agitación política republicana

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Del malestar en la globalización al auge de la extrema derecha (IV). Infraestructura social, palacios del pueblo y cohesión social en comunidades diversas

24/09/2025

Las políticas neoliberales han tenido impactos desiguales en los territorios y las comunidades de las sociedades occidentales. Desindustrialización, crecimiento metropolitano y concentración de capital, tercerización de las economías y polarización de los mercados de trabajo han sido las principales consecuencias. El incremento de la riqueza lleva aparejado un mayor aumento de las desigualdades entre las clases sociales y los territorios más beneficiados por la nueva organización económica mundial (captación de inversiones, turismo, empleos cualificados, innovación) y los más golpeados por la reestructuración (pérdida de empleo manufacturero, precarización del trabajo manual, pérdida de oportunidades, declive económico, demográfico y social).

El fascismo posmoderno que nos ha dejado la globalización neoliberal es también un programa de desestructuración y despolitización de la sociedad, de debilitamiento de los vínculos sociales y de los mecanismos estatales de regulación de la economía y de redistribución de los recursos con principios igualitarios.

Al mismo tiempo que difunde discursos de odio y resentimiento hacia las minorías migrantes, las sexualidades disidentes y la diversidad social, explota los deseos y emociones del miedo, la amenaza, la inseguridad y la vulnerabilidad canalizadas hacia abajo y no hacia arriba, aprovechando la debilidad de las enunciaciones políticas de izquierda en esta nueva fase histórica.

En ese punto, desde la perspectiva comunitaria, el reto de futuro y un más que posible cortafuegos para el auge reaccionario de extrema derecha es reconstruir los vínculos sociales y comunitarios desde las intersecciones de las demandas, necesidades y luchas sociales. Producir una dinámica comunitaria sobre la que, por un lado, reactivar las emociones, afectos y deseos de sociabilidad y esperanza, y por otro, recomponer una nueva ofensiva histórica desde las izquierdas transformadoras.

Comunidades contra la barbarie: infraestructuras sociales y apoyo mutuo en tiempos de extrema derecha
El sociólogo estadounidense Eric Klinenberg, en su libro “Palacios del pueblo. Políticas para una sociedad más igualitaria”, reivindica las infraestructuras sociales como instituciones democráticas y populares esenciales. Son aquellos espacios, instituciones y prácticas que permiten que las personas se encuentren, se reconozcan, se cuiden y generen confianza colectiva. Klinenberg lo ejemplificaba con un caso muy destacado y conocido: durante la ola de calor que sufrió la ciudad de Chicago en 1995, los barrios con más vínculos sociales y más presencia de estos espacios comunitarios sufrieron menos mortalidad, a pesar de tener condiciones materiales similares a los barrios más afectados. Allí donde había mayor densidad comunitaria (redes vecinales cotidianas, centros sociales y culturales, pequeño comercio local, bibliotecas, usos colectivos del espacio público) se activó más fácilmente el apoyo mutuo y se salvaron vidas.

Lo hemos visto en los últimos tiempos en nuestro propio país. La crisis de 2008, la pandemia, la DANA o incluso el reciente apagón eléctrico, han visibilizado tanto la tendencia social al apoyo mutuo y la autoorganización como la importancia de las redes comunitarias, el asociacionismo, la economía social o los equipamientos públicos para afrontar de forma colectiva episodios de crisis.

La escritora y activista Rebecca Solnit, en “Un paraíso en el infierno. Las extraordinarias comunidades que surgen en el desastre”, explica cómo ante desastres naturales como terremotos u huracanes, a menudo lo que aflora es la solidaridad espontánea. Cuando el sistema falla, las personas se organizan: cocinan juntas, se cuidan, se protegen. Se crean las comunidades del desastre que muestran que no estamos tan solas como nos quieren hacer creer.

Estas últimas referencias conectan directamente con la memoria histórica de las clases populares y de lo que fue el sustrato de la política democrática y socialista en el naciente capitalismo industrial occidental. Una de las obras de referencia en ese sentido, “La formación de la clase obrera en Inglaterra” de E.P. Thompson, mostró cómo la clase obrera británica no fue solo una categoría económica, sino una construcción histórica, cultural y moral. Mediante sindicatos, sociedades de ayuda mutua, escuelas obreras, ateneos y círculos literarios, los trabajadores y trabajadoras construyeron una estructura emocional y una economía moral que les permitía resistir la explotación e imaginar una vida mejor.

Como retrató el historiador Julián Casanova en “De la calle al frente: el anarcosindicalismo en España”, las décadas de 1920 y 1930 fueron escenario de un asociacionismo obrero muy potente en forma de sindicatos, cooperativas, bibliotecas populares, escuelas racionalistas, ateneos libertarios y sociedades recreativas que generaban cultura obrera y alternativas cotidianas al capitalismo. El antifascismo no se improvisaba, sino que se cultivaba en esos espacios cada día.

En esa línea proponía Erik Olin Wright la necesidad actual de construir utopías reales, como experimentos colectivos que ya funcionan, dentro y contra el sistema, y que apuntan a una sociedad más justa. Cooperativas, escuelas autogestionadas, presupuestos participativos, comunidades de energía, centros sociales… Son semillas y escuelas de futuro que crecen en medio del desorden capitalista, generando comunidad y dinámicas con capacidad de superarlo.

Y finalmente, como teorizaba Nancy Fraser, toda acción social y política emancipadora debe tener la capacidad de conjugar la redistribución (reparto de la riqueza y el trabajo, derechos económicos y laborales, servicios públicos…) con el reconocimiento (derecho a la propia identidad y expresión, pluralismo, diversidad…). La justicia social es un proceso donde se deben cruzar los derechos económicos con los culturales, evitando la polarización entre unos y otros, y generando dinámicas liberadoras de igualdad y de diversidad social (Fraser, 2000).

Los efectos de la globalización neoliberal y el posterior giro reaccionario no se contrarrestan únicamente alcanzando poder institucional mediante la competición político-electoral y la redefinición del programa y la estrategia política. Los efectos del auge de la extrema derecha requieren de cortafuegos comunitarios que recompongan los vínculos sociales desde la perspectiva del reconocimiento y la redistribución, y teniendo en cuenta los efectos de barrio y de territorio. Reapropiarse del territorio desde las infraestructuras sociales, los palacios del pueblo, como estrategia de resistencia y de ofensiva.

En ese sentido, los centros sociales y culturales autogestionados, el asociacionismo, las casas de juventud, las redes de apoyo mutuo, las cooperativas de consumo y de trabajo, las fiestas populares, y otras estructuras de sociabilidad autónoma, así como la reivindicación y apropiación de los servicios públicos como los centros educativos, sanitarios, las bibliotecas, los parques públicos o los polideportivos, son la gimnasia revolucionaria cotidiana sobre la que levantar una nueva organización social y un nuevo ciclo político.

No et limites a contemplar

aquestes hores que ara venen,

baixa al carrer i participa.

No podran res davant d’un poble

unit, alegre i combatiu.

Vicent Andrés Estellés

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