Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

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Revista laica para la reflexión y la agitación política republicana

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Del malestar en la globalización al auge de la extrema derecha (II). Cambio de ciclo, política del malestar y nuevo populismo de extrema derecha.

10/09/2025

Inmediatamente después de la crisis de 2008 la respuesta social y posteriormente política cristalizó en forma de movimientos sociales con una marcada radicalidad democrática y de rechazo a la gestión de la austeridad (Occupy Wall Street, indignados y 15M, Plaza Síntagma en Atenas, Revolución de las Cacerolas en Islandia, movimiento estudiantil en Chile, Gezi Park en Turquía, Primavera Árabe, Socialismo del Siglo XXI latinoamericano…) que más tarde se canalizaron hacia opciones políticas y electorales de carácter impugnador, con la máxima del rescate ciudadano, la democracia radical, la economía al servicio de las personas y la lucha contra la corrupción. Estos movimientos implicaban una repolitización democrática e igualitarista de la sociedad.

Sin embargo, la reacción autoritaria de la que hablaba Polanyi se manifestó simbólicamente en tres momentos a ambos lados del Atlántico. El episodio europeo fue la derrota del gobierno de Alexis Tsipras, quien convocó en 2015 un referéndum contra las políticas de austeridad de la Troika y fue doblegado por las presiones de la Comisión Europea y el gobierno alemán de Merkel. El episodio norteamericano fue la victoria de Donald Trump y el movimiento MAGA en 2016, inaugurando un populismo conservador y reaccionario en EE. UU. Y finalmente, el episodio del Brexit, en el que en el Reino Unido se votó en referéndum la salida de la UE en junio de 2016 en una iniciativa impulsada por el partido de derecha radical UKIP. Las victorias simbólicas, culturales y temporales de los movimientos sociales y políticos fueron frenadas por una oleada reaccionaria mundial de corte profundamente conservador y autoritario.

Los tableros políticos de los países occidentales a partir de 2016 sufrieron una sacudida importante. Aunque aún habría movimientos políticos relevantes como los municipalismos y Podemos en el Estado español, el Bloco de Esquerda en Portugal o La France Insoumise, en los años posteriores encontramos la irrupción o consolidación de opciones políticas de derecha radical o extrema derecha en muchos países: Lega Nord, Rassemblement National, Jobbik, Fidesz o, más recientemente, VOX y Alternativa para Alemania, entre otros.

Estos movimientos políticos se basan en la progresiva sustitución de la lucha de clases por la guerra cultural, en la que diversos operadores, activistas y organizaciones trabajan para crear discursos polarizadores, señalando como causa del malestar social al feminismo, la inmigración, las élites burocráticas o el ecologismo. En los últimos años, la guerra cultural, la manipulación informativa y las redes sociales, la frustración de algunos sectores de la sociedad ante los cambios sociales y la debilidad de una izquierda política atrincherada en los cuarteles de invierno, han permitido la penetración de un sentido común reaccionario en grupos crecientes de la sociedad, especialmente mediante una interpelación profundamente emocional y una politización de los afectos.

Emociones, afectos y políticas del malestar
La propaganda reaccionaria en el contexto del fascismo posmoderno se basa en la movilización de las emociones. La ira, el miedo, el resentimiento y la frustración generadas por la crisis y el declive económico, pero también por la percepción de cierto colapso institucional, económico, cultural y ecológico, son el combustible para una política de manipulación del malestar orientada hacia una politización antidemocrática y autoritaria (Valdés, 2024).

El agotamiento mental y emocional de amplias capas de la población precarizadas o amenazadas por las dinámicas financieras (acceso a la vivienda, privatización de los servicios públicos, individualización, aislamiento social y competencia salvaje) está siendo el terreno abonado para el discurso del resentimiento y la voluntad de impugnación del sistema, como se manifiesta en los discursos mesiánicos de Trump, Milei o Abascal.

La sustitución de la lucha de clases por la guerra cultural implica una politización de las emociones y de los deseos de seguridad y certeza, basada en el cierre nacionalista, identitario, excluyente y autoritario. Si la lucha de clases es una pugna de los sujetos dominados contra las élites políticas y económicas, la guerra cultural es una deriva hacia la lucha de los últimos contra los penúltimos, una fractura y polarización social entre los propios sujetos dominados y subalternos.

Mark Fisher, en el libro Realismo capitalista, defendía que el triunfo neoliberal consiste en instaurar un régimen emocional en el que resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Si la imaginación política y el deseo como mecanismo revolucionario se encuentran bloqueados, la potencia política progresista es incapaz de ofrecer un nuevo modelo viable y, en palabras de García Linera, nos hallamos ante una huelga de ideas del progresismo, incapaz de la audacia, la creatividad y la producción de proyectos estimulantes, materiales y simbólicamente deseables para las clases populares (Jarry, 2025).

De este modo, la política progresista ha vivido una década centrada en la práctica y en el discurso racional de la gestión política y administrativa del malestar dentro del marco neoliberal en descomposición, mientras que el populismo reaccionario ha monopolizado una gestión emocional y afectiva de ese mismo malestar, que ha penetrado en sectores de las clases trabajadoras y populares, dirigiendo la indignación, el descontento y la frustración contra las políticas progresistas y la ideología woke (Barrera, 2025).

Frente a esa dinámica, buena parte de la reacción progresista y de las izquierdas radicales habría consistido en confundir la representación política de las clases populares con la tutela y la superioridad moral hacia las mismas, exigiendo una coherencia ética y política a las clases populares que no se exige a otros grupos sociales. Como si el electorado de clase trabajadora y de barrios populares que vota por opciones reaccionarias en EE. UU., Francia, España o Argentina estuviera traicionando un guion moral y un imaginario simbólico bienpensante, preestablecido e inamovible.

En ese contexto de agotamiento de la estrategia política y de desconcierto moral de las ideas progresistas, la política reaccionaria de extrema derecha está encontrando una cierta vía libre para politizar el malestar y la rabia popular hacia el odio a los otros y hacia programas de disciplinamiento social autoritario frente a las amenazas de un orden en crisis que no termina de morir. Cuando las izquierdas no están en disposición política y moral de ofrecer un horizonte histórico frente a la precariedad, la especulación y la recomposición social y cultural, las derechas capitalizan ese malestar emocional ejerciendo una especie de refugio simbólico provisional, en el que se pretende canalizar la frustración de los perdedores de la globalización hacia los grupos sociales más débiles, la supuesta ingenuidad de las ideas igualitarias y de diversidad social, y determinadas élites políticas y culturales, pero nunca hacia las verdaderas élites económicas dominantes y sus estructuras mediáticas, políticas y judiciales.

Una de las tareas pendientes es tratar de producir marcos de análisis para conocer en qué condiciones se reproduce y penetra socialmente el discurso reaccionario, entendiendo que el componente emocional e identitario es la parte central de su mensaje. En este sentido, existen variables sociales, culturales, económicas y, sobre todo, territoriales que permiten una aproximación a esas dinámicas políticas que están, al mismo tiempo, muy basadas en la dimensión emocional y afectiva del discurso reaccionario.

(Continuará…)

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