Pepa Franco Rebollar es Consultora social, experta en enfoque de igualdad de mujeres y hombres en las políticas públicas y del Tercer Sector. Fue técnica responsable del Área de Formación de la Federación de Universidades Populares. En la actualidad es socia de Folia Consultores S.L. y formadora habitual en la Escuela de Verano Confluencias.
Nos envuelven los conceptos y Celia Amorós dijo aquello de que conceptualizar es politizar, por eso son tan importantes.
Por ejemplo, de empoderamiento, entre otros, habló Kate Young cuando en 1997 explicaba aquello de que si se quería cambiar la realidad (a mejor y no dando vueltas sobre el mismo eje) había que trabajar con la óptica del cambio individual y del empoderamiento colectivo. Ponía así la atención en que el empoderamiento meramente individual puede terminar en que cada cual salve sus trastos y, entonces, mal negocio para el bien común. Porque es cierto que cada persona puede mejorar su actitud y su práctica y lo pequeño es hermoso y bla, bla, bla… pero sin organización, sin que dos personas y luego tres y luego más y luego muchas más hablen, analicen, estudien, propongan, hagan, vuelvan a analizar, vuelvan a proponer, actúen, vuelvan a analizar, y así hasta el infinito y más allá, sin eso, no hay cambios que valgan.
Y eso era en 1997. Hace … mucho.
Antes incluso, no lo llamábamos así, decíamos simple y llanamente que con procesos de educación popular las personas tomaban conciencia de su realidad, se formaban para actuar sobre ella y se organizaban para hacerlo. También decíamos que para hacer ese camino venía bien que hubiera equipos que lo facilitaran, que garantizaran esa mirada simultánea estratégica y práctica, y soñábamos con que esos equipos desaparecieran con el tiempo porque ya no fueran necesarios. ¡Ay, qué hermosa es la utopía!
Y también se nos llenaba la boca y el trabajo de otros conceptos como participación social, participación comunitaria, participación política y sigan poniendo adjetivos a lo que es tan simple y tan complejo como tomar parte informada, consciente y responsable (al modo Batman) en las decisiones sobre lo que nos afecta colectivamente.
Esas eran las bases.
Va pasando el tiempo y nos encontramos que el punto de partida e, incluso, los discursos avanzan en una espiral hacia arriba pero con sus círculos muy juntos, lentamente. Siendo optimistas podemos decir que, en este país, se han ampliado los derechos sociales, que la calidad de vida no es peor en general y que, también generalizando, existe una mayor conciencia de los problemas globales. Pero si añadimos a ese optimismo que no conviene abandonar nunca, una dosis de buena información, sabemos que nuestro mundo sigue empeñado, y no por casualidad, en mantener las desigualdades estructurales sobre todo entre mujeres y hombres y entre ricos y pobres (pongan su propio orden en esos factores que da lo mismo). Nacer según dónde sigue siendo una clave vital y hacerlo en la parte privilegiada no resta responsabilidades, sólo da privilegios.
Entonces, de ahora en adelante, podemos ir añadiendo palabras a nuestro discurso sobre la organización para el cambio, podemos hablar de innovación, de utilizar tecnologías de comunicación cada vez más sofisticadas, podemos traducir conceptos del inglés con más o menos acierto, inventar nuevos métodos y descubrir, otra vez, que son los de siempre con nuevos nombres, pero la realidad, tozuda, mantiene sus inercias y el asunto esencial es el mismo: o nos organizamos o nos organizan. Y, llámenme desconfiada pero hasta ahora no me gusta el resultado de dejar el bien común en manos ajenas.
Así que, de momento, mantengamos la conceptualización necesaria y siga como utopía la desaparición de esos equipos y grupos que, en la práctica, trabajan con otras personas, jóvenes como es el caso, tomando conciencia de su situación y su posición en el mundo y afrontando la necesidad de organizarse para mejorar la situación y la posición de todo el mundo. Parecen cada vez más necesarios, aunque no abunden y vayan a contracorriente en la sociedad de sálvese quién pueda.
Y ahí, en ese centro, estáis vosotras y vosotros, el Movimiento Laico Progresista de Aragón con todas sus organizaciones, con toda vuestra historia. Así que, en este espacio, sólo me queda hacer una reverencia profunda para daros las gracias por manteneros, por no cejar en el empeño, por seguir adelante con la coherencia y el trabajo por bandera. Mis respetos.



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