Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

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Breve historia del conflicto entre Israel y Palestina de Ilan Pappé

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3/11/2025

“En cierto estadio de la educación los cuentos infantiles son inocentes; pero si queremos tomarlos como fundamento de la verdad en el dominio moral, en tanto que ley efectiva —como las escrituras de los israelitas, el Antiguo Testamento, donde podemos encontrar como normas del derecho de gentes el exterminio de los pueblos, los innumerables horrores que cometió David, el hombre de Dios, las crueldades que el clero (Samuel) ejerció y justificó contra Saúl—, ya es hora de que pertenezcan al pasado, puramente histórico.”
Hegel en Historia de la filosofía (curso 1825-1826)

Uno de los rasgos más llamativos en la lucha intelectual contra el sionismo es el recurso a la historia como saber emancipador. En cualquier charla —si no en todas— en la que participa un miembro de la comunidad palestina, la historia aparece como una herramienta imprescindible para desmontar las mentiras sionistas y, al mismo tiempo, explicar el proceso que ha conducido al genocidio y al apartheid. En este sentido, el adagio de Pierre Vilar —pensar históricamente— es empuñado por el movimiento de liberación nacional palestino, revelando así una forma de pensar racional y emancipadora que contrasta con el irracionalismo, secular o teológico, del sionismo, cuyos propagandistas se caracterizan sistemáticamente por evitar el recurso a la historia y, de hecho, todo pensamiento racional, en aras de la teología para justificar todos los horrores presentes.

Lucha que Ilan Pappé comparte y cumple sobradamente en su obra Breve historia del conflicto entre Israel y Palestina (Capitán Swing, 2025). Una breve obra que podría considerarse un resumen combativo de otra obra suya, Historia de la Palestina moderna (Akal, 2004). En cualquier caso, Pappé logra de manera admirable realizar una síntesis de la historia de Palestina desde el siglo XIX hasta el XXI, con un rigor intelectual a la altura de su compromiso ético y político. Pappé, nacido como ciudadano judío de Israel en 1954, en Haifa, militó en el Maki —el Partido Comunista de Israel—, habiendo tenido que huir de Israel por amenazas de muerte en 2008 a raíz de la publicación del libro The Ethnic Cleansing of Palestine (2006). Historiador con una larga trayectoria de obras publicadas sobre el sionismo, el Estado de Israel y Palestina, en este breve libro resume algunas de sus ideas más importantes sobre el carácter colonial e imperialista de Israel.

La obra podría resumirse a partir de las conclusiones de Pappé: en primer lugar, no existe una izquierda israelí, y esto es fruto de la segunda tesis: Israel es un proyecto de Estado colonial, con una sociedad que vive del colonialismo de asentamientos; el Estado representa un consenso nacional, motivo por el cual debe considerarse al conjunto del movimiento palestino como un movimiento de lucha anticolonial —independientemente de las distintas ideologías—. Por último, a raíz de estas dos tesis —que son, de hecho, constataciones—, es fácticamente imposible la solución de los dos Estados sin la destrucción de Israel, y, ante la tarea de democratizar la sociedad israelí, la única solución pasa entonces por un único Estado que sea democrático.

El análisis histórico sustenta, en buena medida, las conclusiones políticas de Pappé. Comencemos por la primera tesis:


“Lo que es evidente es que en Israel ya no hay una izquierda real, ni siquiera un auténtico espacio pacifista. (…) Hay una minoría que quiere trabajar por la justicia para toda la Palestina histórica. Pero esta minoría es marginal y no tiene ninguna capacidad real de influir en las políticas del Gobierno israelí.”[i]

En este sentido, las diferencias entre el sionismo progresista encarnado tradicionalmente por el Partido Laborista —en el gobierno entre 1969 y 1977, y luego parte de distintos gobiernos de coalición hasta 2001— y las extremas derechas sionistas son mínimas. Porque los consensos de fondo son los mismos: fue el Partido Laborista quien, por ejemplo, impulsó los asentamientos ilegales de judíos en el valle del Jordán, en Hebrón, Belén y los alrededores de Jerusalén; fue el Partido Laborista quien en 1976 formuló la consigna de “judaizar Galilea” para desalojar a los palestinos de sus tierras. Y la romantización progresista de los kibutz, que tanta fascinación despertó entre las izquierdas europeas de los sesenta, también fue obra de los laboristas al atreverse a presentar como socialistas estas comunidades agrícolas fundadas en la limpieza étnica.

Así, el surgimiento de extremas derechas, como el Likud en 1977, lógicamente provino de esa atmósfera progresista, con el matiz de que el sionismo de extrema derecha simplemente encuentra un lastre en ese progresismo postizo y, en cambio, pretende una justificación plenamente coherente con el proyecto compartido con el sionismo progresista: “Tanto si gobernaba el Likud como el Partido Laborista, los sucesivos gobiernos israelíes no estaban en absoluto dispuestos a abandonar las tierras conquistadas de 1948 y 1967.”[ii]

En este sentido, una encuesta del Pew Research Center del año pasado trasladaba a la actualidad esta concepción nacional que justifica el genocidio del pueblo palestino: mientras el 74 % de los palestinos que viven en Israel piensan que Israel se ha excedido en la respuesta militar contra Hamás, solo el 4 % de los judíos israelíes comparten esa opinión. La misma encuesta señala, en conjunto, que el 73 % de la sociedad israelí opina que el ejército de Israel ha actuado correctamente o bien “not gone far enough” (“no han ido lo bastante lejos todavía”). De manera poco sorprendente, un estudio vinculado a la Universidad Hebrea de Jerusalén mostraba este año que el 75 % de los judíos israelíes creen “que no hay inocentes en Gaza”.

Por eso, el politólogo Norman Finkelstein decía, en una charla reciente, que el apartheid y el genocidio no son solo un proyecto de Estado, sino también un proyecto nacional. Como señala Pappé, este proyecto nacional está estrechamente vinculado al colonialismo de asentamientos y tiene sus bases históricas en el período de 1921-1926, cuando el American Zion Commonwealth comenzó a comprar tierras en grandes cantidades en Palestina, en un proceso que, al tiempo que privatizaba las tierras comunales palestinas, iniciaba el desalojo y la expulsión de cultivadores y campesinos palestinos:


“La manera en que los asentamientos sionistas comenzaron a extenderse mediante la expulsión de los habitantes locales pone de manifiesto un cambio en el carácter del sionismo. Lo que comenzó como un movimiento para salvar a los judíos y modernizar el judaísmo transformándolo en una identidad nacional, entre otros, se convirtió, de manera evidente, en un proyecto colonial de asentamientos, basado en la subordinación de otro pueblo.”[iii]

¿Cómo se llegó a este punto de inflexión capital para Pappé? Pues aquí radica el papel fundamental del imperialismo británico, que después de la Primera Guerra Mundial ocupó la Palestina histórica —hasta entonces parte del Imperio Otomano— y estableció en 1918 el Mandato Británico: fueron los británicos quienes destruyeron el derecho consuetudinario árabe, destrucción que permitiría la posterior acumulación por desposesión:


“Ya a mediados de la década de 1920, el movimiento sionista aprovechó las nuevas leyes británicas sobre la propiedad de la tierra para llevar a cabo los primeros actos de limpieza étnica contra los campesinos palestinos.”[iv]

En un momento en que los colonos judíos representaban solo entre el 5 % y el 6 % de la población en 1918, el apoyo imperial británico fue absolutamente fundamental para que el proyecto sionista tuviera alguna posibilidad de éxito. El imperialismo británico, de hecho, inspiró al sionismo en todos los ámbitos: el multimillonario Cecil Rhodes y sus proyectos coloniales para Sudáfrica eran el espejo del intelectual sionista Theodor Herzl. En este sentido, es fácil ver un símil en la actuación del Imperio Británico en todo el mundo: en Irlanda del Norte, creando también un conflicto religioso a partir de discriminar a los católicos irlandeses mientras favorecía a la extrema derecha anglicana orangista; en Australia, utilizando el lumpenproletariado para colonizarla y deshacerse de la población aborigen; en la India, comprando élites locales y sus soldados —los cipayos— para mantener el poder, etc. Es decir, sin el imperialismo británico, el sionismo no habría pasado de una entelequia, del mismo modo que actualmente el imperialismo estadounidense es su principal sostén, como ha explicado John Bellamy Foster[v].

Este punto de inflexión, previo a la Nakba —“la catástrofe” en árabe—, tiene un desarrollo a lo largo del siglo XX precisamente porque la ocupación es un proyecto nacional. Por eso en árabe se denomina a este proceso al-Nakba al-Mustamirra —“la Nakba permanente”—. A finales del siglo pasado, el 97 % de la tierra ya era propiedad de instituciones y empresas judías.

Son estas bases materiales las que, como muestra Pappé, hacen inviable la solución de los dos Estados. Propiedad de la tierra y limpieza étnica son dos ventrículos indisociables del sionismo. Unos presupuestos que, de manera poco sorprendente, se basan en lo mejor de la tradición antidemocrática europea, como puso de manifiesto Herzl en su panfleto colonial El Estado de los judíos (1896):


“Considero que la monarquía democrática y la república aristocrática son las formas de Estado ideales. (…). Soy un partidario convencido de las instituciones monárquicas, porque permiten una política de continuidad y representan la vinculación entre el interés de preservación del Estado y una familia históricamente ilustre y educada para reinar.”[vi]

Hay que ir a los bóeres y afrikáners de Sudáfrica[vii] para encontrar, en el mismo período histórico —finales del XIX—, concepciones aristocráticas de este tipo que modernizaban aquella idea de la aristocratie de l’épiderme, con la que la nobleza francesa se presentaba frente a los esclavos haitianos en el siglo XVIII[viii].

La Nakba de 1948 es, de este modo, la ocasión perfecta para crear una Palestina judía que “a los ojos de los sionistas, debía ser una Palestina europea”[ix], y blanca, podría añadirse, pues el cribado racial se aplicaba a los judíos árabes y africanos, como explica Pappé:

 “Los líderes sionistas veteranos consideraban inferiores a los judíos procedentes de países árabes y musulmanes, y no tenían ningún inconveniente en mostrar su desprecio. Al llegar a Israel, muchos judíos árabes fueron rociados con DDT, en un ritual de humillación deliberado. Según los sionistas, era necesario desarabizar a esos judíos.”[x]

Así, estos proyectos que hacen de un país, Palestina, un proyecto de conquista colonial encuentran en el racismo furibundo la adecuada justificación teológica. De hecho, si miráramos más atrás, como señala Pappé, la primera forma de sionismo es el sionismo europeo y cristiano medieval que conformó la ideología de las Cruzadas y que, todavía hoy, inspira al lobby sionista en Estados Unidos:
“Los fundamentalistas cristianos de hoy en día, conocidos en Estados Unidos como sionistas cristianos, aún comulgan con estas ideas y constituyen el grupo de presión proisraelí más importante del país.”[xi]

Contra el sionismo cruzado —progresista o de extrema derecha, laico o religioso—, Pappé postula un Estado democrático para el conjunto de Palestina y el apoyo al conjunto de la resistencia palestina:
“Es necesario considerar la resistencia palestina, en primer lugar y por encima de todo, como una lucha anticolonial, más allá de las ideologías que puedan defender sus participantes.”[xii]
Una conclusión que podría tomarse como una invitación a dejar de demonizar a Hamás, como acostumbra cierta izquierda europea.

Por último, el libro de Pappé constituye no solo un ejemplo de análisis histórico bien hecho, sino una filosofía de la historia que utiliza la razón para desbaratar las justificaciones teológicas más absurdas del genocidio y el apartheid. Por eso podría decirse, con Timothy Brennan, biógrafo de Edward Said, que lo mejor del espíritu ilustrado y racional de la humanidad se encuentra hoy en Palestina[xiii]. Y el único matiz crítico que podría hacerse a Pappé lo ha señalado Dana Dhailieh[xiv] al postular un claro apoyo a la resistencia armada palestina, una postura, por cierto, no tan diferente de la de los jacobinos franceses cuando apoyaban la lucha violenta de los esclavos haitianos contra los esclavistas. Un símil histórico que también ha hecho Norman Finkelstein para comprender los hechos de octubre de 2023, al señalar que las violentas revueltas de esclavos en Estados Unidos en el siglo XIX no podían entenderse sin la violencia despiadada de los amos de las plantaciones; entonces, sin embargo, los abolicionistas yanquis se enfrentaron a la demonización de los esclavos.

NOTAS:

[i] Pappé, Ilan: Breve historia del conflicto entre Israel y Palestina, Madrid, Akal, 2025, p. 122.
[ii] Pappé, Op. Cit., p. 96.
[iii] Pappé, Op. Cit., pp. 26-27.
[iv] Pappé, Op. Cit., p. 128.
[v] Foster Bellamy, John: “The Trump Doctrine and the New Maga Imperialism”, Monthly Review, 1 de junio de 2025: https://monthlyreview.org/articles/the-trump-doctrine-and-the-new-maga-imperialism/
[vi] Herzl, Theodor: El Estado de los judíos, Valencia, Publicacions de la Universitat de València, 2014, pp. 109-110.
[vii] Sobre la aristocrática república racial de los bóeres: Dubow, Saul: “Burgher republicanism and colonialism”, South Africa’s Struggle for Human Rights, Ohio University Press, 2012, pp. 15-19.
[viii] Véase en este sentido: Gauthier, Florence: L’aristocratie de l’épiderme. Le combat de la Société des Citoyens de Couleur, 1789-1791, Paris, CNRS Éditions, 2007.
[ix] Pappé, Op. Cit., p. 63.
[x] Pappé, Op. Cit., pp. 74-75.
[xi] Pappé, Op. Cit., p. 9.
[xii] Pappé, Op. Cit., p. 130.
[xiii] Brennan, Timothy: La vida de Edward Said, Madrid, Debate Editorial, 2025.
[xiv] Dhailieh, Dana: “Reseña de Ilan PAPPÉ (2024): Breve historia del conflicto entre Israel y Palestina, Capitán Swing Libros, Madrid, 128 páginas”, Revista de Estudios Internacionales Mediterráneos, (38), 2025, pp. 239–245. Disponible en: https://revistas.uam.es/reim/article/view/reim2025_38_13

 

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