¿Cuál es tu nombre y a qué te dedicas?
Soy Anabel Lapuente y soy miembro de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Torrellas, AMEHITO. Y a la vez soy presidenta de la Plataforma de Acción por la Memoria en Aragón, que aglutina unas 20 asociaciones de las tres provincias.
¿Nos puedes contar un poco de tu trayectoria militante?
Mira, mi trayectoria como militante podría decirse que empezó antes de nacer. Esto es algo muy curioso, porque cuando mi madre estaba embarazada de mí, fueron a visitar la fosa común donde estaba mi abuelo, que lo habían asesinado en octubre del 36. Y estando mi madre allí, embarazada de mí, le dijeron que si volvía por allí, la llevarían a la cárcel.
Entonces, quiero decirte con esto que, antes de nacer, ya estaba involucrada en el tema de las fosas comunes y los asesinados por el franquismo. La militancia ha sido desde siempre. Siempre llevando ramos de flores, siempre haciendo visitas y siempre intentando recuperar la memoria de quienes quisieron borrar de la historia.
¿Cómo te formaste y cómo llegaste a estar aquí?
Mira, la formación de las personas… Yo te hablo de las personas que nos dedicamos a la memoria, porque es en lo que estoy centrada. Quizás no es necesaria una formación específica. Posiblemente venga de los sentimientos, del respeto hacia las personas y en algo que es esencial para todo: el respeto por los derechos humanos.
Cuando en tu entorno —en este caso, en tu familia— ha habido asesinatos, ha habido represiones, quizás más que nadie sabes lo que es que no se te respete, que quieran hacerte perder la dignidad y que quieran que vivas escondido. Eso te hace, desde el primer momento en que eres consciente y tienes uso de razón, pensar que la vida no tiene que ser así, que todos tienen derecho a vivir y a explicar qué es lo que ha pasado.
La militancia empieza en el momento en que eres consciente de que ha habido unos asesinos que se han permitido jugar con la vida de los demás, nadie los ha juzgado, y a ti siempre te han dejado a un lado, como si esa parte de tu historia debiera ser borrada. Ahí empiezas a militar para querer recuperar todo lo que consideras que se ha perdido.
¿Qué haces actualmente en tu organización?
Bueno, yo en este momento, como presidenta de la Plataforma por la Memoria en Aragón, lo que hago —lo que intentamos— es coordinar a todas las asociaciones. Somos muy respetuosos con cada una de ellas, cada una es independiente, pero sí que es cierto que todas tenemos unos fines en común. Entonces intentamos coordinarnos para trabajar esos fines en común.
Y, a la hora de tener que luchar con organismos oficiales, no tener que ser 14 o 15 personas distintas, sino poder representarlas dignamente y conseguir lo que creemos que necesitamos para seguir trabajando y seguir adelante.
¿Cómo te gustaría ver tu organización en unos años?
Mira, si te soy sincera, me gustaría que mi organización no existiera. Porque eso querría decir que hemos recuperado la memoria de todos los que quisieron borrar de la historia. Lo maravilloso sería que nosotros, las familias, las asociaciones, ya no tuviésemos que estar peleando por esto. Que fuesen los gobiernos —los centrales y los autonómicos— los que realmente se volcasen en hacer una labor que es de derechos humanos. No es una cuestión de “nos dan pena”, no. Son derechos humanos. Es dignidad.
También digo siempre que las personas que buscamos son dignas; los indignos fueron quienes las asesinaron. Entonces, lo que me gustaría es que no hubiese que buscar ya nada más, porque todos estuviesen en su casa.
Eso sería lo ideal: que desapareciéramos. Pero, al paso que vamos, y siendo yo personalmente un poco crítica, creo que no hay toda la voluntad política que debería haber, ni se pone todo el dinero que se debería poner. Es vergonzoso que en 2025 seamos el segundo país del mundo en cantidad de fosas comunes después de Camboya. No podemos presumir de democracia cuando la tenemos edificada sobre cadáveres, y esos cadáveres siguen ahí sin que nadie nos dé una explicación. Nadie nos dice nada. Y somos las familias y las asociaciones quienes vamos tirando del carro continuamente.
¿Cuál es la mayor dificultad a la que te enfrentas actualmente?
Actualmente la mayor dificultad que tenemos —te hablo del caso concreto de Aragón— es que nos enfrentamos a un gobierno de cafres, que nos han derogado una ley que, yo creo, ni siquiera se han permitido la decencia de leer. No puedes derogar una ley sin saber cómo funciona.
También es cierto que antes de la derogación ya teníamos problemas, porque siempre íbamos muy escasos de fondos. Siempre ha ido un poco justo, porque yo creo que la memoria democrática, para cualquier gobierno, a la persona que le encargan trabajarla y que la trabajen con nosotras, es como si le pasaran una patata caliente.
En este momento, la mayor dificultad es que el gobierno central, a través de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, delega la gestión de los fondos en el Gobierno de Aragón. Y la mayoría de las asociaciones nos hemos negado a entrevistarnos con las personas que están ahora en ese gobierno. Porque tardan mucho en dar permisos, los gestionan no sabemos muy bien cómo…
Esa problemática es muy grande, porque claro, si no hay fondos para hacer una exhumación, no se puede hacer. Pero yo creo que, en realidad, la mayor problemática es que nunca se han tomado en serio —o no lo suficiente— la gestión de todo el tema de la memoria.
Hablamos mucho de exhumaciones, porque quizás es lo más llamativo. Publicaciones, historiadores… todo eso sabemos que va a funcionar. Pero lo que nosotros en realidad queremos es hacer cuantas más exhumaciones mejor. Porque no es lo mismo decir que tenemos 100.000 desaparecidos o 115.000, qué decir 115.000 nombres y apellidos. Porque eso son 115.000 familias. Eso arrastra a muchas personas. Y eso no se puede tolerar.
Entonces la dificultad es conseguir que esto, alguna vez, se pueda terminar. Que, al paso que vamos, yo creo que va a ser muy difícil.
¿Te gustaría añadir algo más?
Bueno, pues me gustaría añadir que estoy encantada de haber participado con vosotros. Me gusta mucho estar con gente joven, porque quizás en las casas no se habla mucho de esto. Hay mucha gente joven que no sabe lo que ocurrió.
Sí que saben que hay unas pinturas en Atapuerca, sí saben los nombres de los Reyes Godos… pero posiblemente no sepan que su bisabuelo está enterrado en una fosa común, sin un ataúd, sin nada. Como si fuese cualquier cosa. Y está abandonado allí por las autoridades, no por las familias. Pero vivieron con tanto miedo, que esas familias guardaron silencio.
Muchas veces estás con gente joven y te da mucha pena cuando te dicen: “Ah, pues yo de mi bisabuelo no sé nada. Alguna vez oí algo…” Y cuando se informan, descubren que estuvo en la cárcel, o que se lo llevaron a Cuelgamuros sin decir nada.
Tenemos una historia muy negra en España que, por mucho maquillaje que pongamos encima, algún día saldrá a la luz. Yo no sé si lo veré. Espero que mis nietos, si un día se enteran del trabajo que nos ha costado llegar hasta donde estamos —que en realidad es muy poquito, porque no se puede llegar a más— lo valoren.
Lo que me gustaría es eso: que la gente joven realmente se implicase. Ya no solo en las exhumaciones, sino que todo aquel que habla de derechos humanos se acuerde que hay más de 100.000 familias a las que les han pisoteado los derechos. Y a esas familias hay que ayudarlas.

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