Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

Inteligencia para concebir, coraje para querer, poder para forzar

Revista laica para la reflexión y la agitación política republicana

logo-memoriadelfuturo

Sobre la situación política y el optimismo

19/04/2024

Lorenzo Barón es fundador de la Tertulia Intergeneracional Ágora, miembro del consejo de honor de Memoria del Futuro y fue secretario general de CCOO Aragón y dirigente del PCE.
Este texto es la ponencia para la sesión de la tertulia intergeneracional Ágora de la Fundación de Acción Laica de Aragón. Ateneo Laico Stanbrook. Zaragoza, 20 de septiembre de 2022.

Es obvio que el análisis de la situación política se hace siempre desde la percepción que el analista tiene muchas veces en razón de su posición ideológica o compromiso político. Esto no es incompatible con que haya datos objetivos. Pero estos pueden interpretarse de una u otra manera o relativizarlos por interés o por equivocación.

Algunos o algunas, a la hora de referirse a la situación política, parten de la premisa de que son vitalmente optimistas. No son aparentemente conscientes de que ser optimista o pesimista, en sí mismo, no tiene mayor valor político. Lo importante, en cualquier caso, es si hay motivos y datos o no, para ser optimistas o pesimistas.

Para aproximarnos a esta cuestión podemos hacer un somero análisis retrospectivo de nuestra historia a partir de la Transición. Antes, si se quiere, podemos recordar muy brevemente que mientras Europa Occidental, tras la segunda guerra mundial, estaba en pleno desarrollo económico y de creación del Estado del Bienestar, España vivía en plena autarquía y estancamiento, solo paliado a partir de 1959 con el plan de estabilización de los tecnócratas del Opus Dei. Con ese lastre y la absoluta carencia de libertades llegamos al final de la dictadura en 1976/77.

Es decir, llegamos a la Transición y conquistamos la democracia con enormes déficits, tanto políticos-democráticos como económicos y sociales.

En el terreno económico y social hubo que superar a toda prisa el enorme atraso que arrastrábamos respecto de Europa. A ello contribuyó la ayuda Comunitaria tras la entrada en el Mercado Común y la Comunidad Económica Europea. Se construyó en pocos años, aunque fuese con carencias importantes, el Estado de Bienestar: sistema de pensiones generalizado, sanidad universal, educación pública para todos, subsidios en el campo y a los parados, etc. En suma, se mejoraron sustancialmente las condiciones de vida de los españoles y las españolas, a pesar de la crisis del petróleo y de la brutal reconversión industrial, que fue el peaje que nos hicieron pagar por la entrada en el concierto europeo. Se nos asignó, como contrapartida a las ayudas, un papel secundario en el terreno industrial, excepción hecha del sector del automóvil, encasillando nuestra economía en el sector terciario, sobre todo en el turismo. De estos polvos siguen viniendo todavía algunos lodos. Pero en general se mejoró muy deprisa la vida de la gente.

En el terreno político, a pesar de las enormes movilizaciones que contribuyeron de manera decisiva al final de la dictadura, no conseguimos derrocar al dictador que “murió en la cama”. En lugar de la Ruptura, se impuso la Reforma, pilotada en temas capitales por los reformistas del Régimen.

Aunque las movilizaciones contra la dictadura fueron muy importantes y contribuyeron de manera decisiva en su caída, no fueron suficientes para imponer la Ruptura. Eso y el permanente ruido de sables en los cuarteles supuso que la Transición se hiciera sin que se depuraran responsabilidades de la dictadura. Lo mismo sucedió con los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado y la judicatura, y se aprobó una constitución que, si bien en lo social es progresista, lo es porque sabían que en este aspecto no se iba a cumplir y no pasaría nada. En cambio, es intocable en aspectos cruciales tan importantes como la Monarquía, el poder económico de los sectores oligárquicos, la Ley Electoral con la circunscripción provincial que favorece a la derecha, la organización territorial del Estado y la propia constitución. Y todo eso es intocable porque para reformarlo se requieren mayorías de 3/5 o 2/3 que son tan imposibles como hacer una revolución. Todo había quedado atado y bien atado. Fue un pacto constitucional producto de unas circunstancias y una determinada relación de fuerzas. Solo faltaba el golpe de estado del 23F, en el que cada vez quedan menos dudas sobre la participación de Juan Carlos I.

Viniendo de donde veníamos y en ese contexto de mejora incuestionable de las condiciones de vida de la gente y con un corsé político tan bien armado, no es difícil pensar que montar un sistema político como el que se montó, bipartidista, inamovible e intocable, era tarea fácil.

Conviene no olvidar que las elecciones generales del 77, y también las del 78, se celebraron en el contexto de una profundísima crisis económica que se abordó con los Pactos de la Moncloa. En febrero del 81 se produjo el golpe de estado, y un año y medio después, en octubre del 82, el triunfo arrollador del PSOE. Con la Transición concluida según Alonso Guerra y las esperanzas y expectativas que el resultado electoral había despertado, el terreno estaba perfectamente abonado para que los ciudadanos no se planteasen objetivos políticos más ambiciosos, y resultase muy cómodo montar el llamado después “régimen del 78”, teniendo en cuenta que el PSOE estaba por esa labor, y a su izquierda había quedado un erial.

Luego, entre 1989 y 1991 cae el muro de Berlín y se disuelve la Unión Soviética. A partir de entonces se confirmaría lo que ya se venía produciendo: la desaparición del referente comunista como alternativa, el consiguiente declive de la socialdemocracia y la pérdida de perspectiva de transformación.

Y no es que, en ese período, desde la Transición hasta principio de los 2000, no hubiera movilizaciones. Al contrario, las hubo y muchas y muy importantes. Desde la primera huelga general por el recorte de las pensiones en 1985, pasando por las enormes movilizaciones contra la reconversión industrial, la gran movilización contra el burdo referéndum sobre la OTAN, el famoso 14-D, las dos huelgas generales contra las reformas laborales y el recorte de prestaciones sociales, las movilizaciones de los trabajadores del campo, pasando por multitud de movilizaciones de carácter sectorial, vecinal o autonómico, hasta las masivas manifestaciones contra la guerra de Irak.

Sin embargo, todo discurría por los cauces del “sistema” y era asumido “normalmente” por “el régimen del 78”, porque la Constitución entendida como un dogma, la Monarquía, el poder oligárquico de la economía cada vez más reforzado con el poder mediático, la unidad inquebrantable de la patria España, estaban garantizados por el PSOE y PP, con el apoyo de los partidos nacionalistas de entonces (PNV y Convergencia y Unió) si eran necesarios. A nadie se le ocurría poner en cuestión los pilares del “sistema”. Ni siquiera la corrupción generalizada a niveles escandalosos ponía en riesgo el bipartidismo.

Todo estaba atado y bien atado y las aguas discurrían por el cauce más o menos normal. Solo una cosa se escapaba de esa “normalidad”: el terrorismo de ETA. Y solo en la vertiente del enorme dolor que el drama de la pérdida de tantas vidas suponía. Porque en la otra vertiente, ETA nunca fue una verdadera amenaza o un quebradero de cabeza en relación a la unidad territorial de España.

Todo marchaba como estaba previsto por los que diseñaron la transición y nada ni nadie se planteaba transformaciones profundas. Era todo tan “normal” y tan aceptado el statu quo, que ni había aparentemente franquistas, ni se manifestaba el exacerbado anticomunismo de estos últimos años. 

Seguro que todo esto era motivo más que suficiente para el optimismo de muchos y la causa de la resignación de muchos más.

Pero se produjeron, casi al mismo tiempo, dos hechos que cambiaron el rumbo de la política en España. Por una parte, se produjo la crisis financiera de 2008, y por otra el Tribunal Constitucional tumbaba en 2010, casi en su totalidad, el Estatuto de Autonomía de Cataluña, aprobado por las Cortes Generales y en referéndum en Cataluña.

La crisis financiera y sus consecuencias económicas y sociales, junto con la corrupción, dieron lugar a la indignación y la gran movilización del 15M de 2011, que sin duda supusieron una impugnación a la totalidad del sistema bipartidista.

Por su parte, la resolución del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto produjo unos efectos boomerang desastrosos para el “sistema”, contribuyendo de forma decisiva al auge del independentismo y a que la forma de organización del Estado fuera puesta de verdad en cuestión y pasase a primer plano.

Pero si el 15M fue una impugnación del sistema bipartidista, lo fue mucho más la irrupción de Podemos en 2014, sobre todo a partir de los resultados obtenidos de 2015 y 2016. Porque el 15M, salvando las distancias, se puede comparar al Mayo del 68 francés. Ambas fueron unas grandes movilizaciones (en el mayo del 68 también huelguística), que suponían una impugnación a la totalidad de un sistema político. Pero el 15M fue algo más que una impugnación. Porque fue, y esa es la diferencia entre un hecho y otro, una impugnación concretada en una alternativa política (Podemos), mientras que el Mayo del 68 no se concretó en esa alternativa, lo que supuso una gran frustración política. Se puede decir que el  Mayo del 68 fue el 15M sin Podemos. 

Los dos hechos, el del 68  y el 15M  han tenido una gran trascendencia. El primero fue una referencia para toda una generación, el segundo más Podemos, ha sido, y quizás lo siga siendo, una impugnación al “sistema” y una disputa por el poder real.

Por ello, y ahí está la duda de si podrá seguir siendo lo mismo, Podemos (y no la tonta de Ayuso) ha sido objeto de la mayor persecución y acoso por parte de todos los poderes del estado. De todos, de los legales y de los ilegales, de los políticos, de los mediáticos y las cloacas del estado, de los económicos y de los judiciales, con mentiras y con calumnias. También alimentando, aireando y exaltando las disputas internas. De esta manera, además de intentar acabar con Podemos (veremos si lo consiguen), por el mismo precio, destrozaban a toda la izquierda, a la izquierda del PSOE, cosa que por el momento han conseguido.

Sin duda, en todo este tiempo ha habido momentos con razones más que suficientes para el optimismo de unos y el pesimismo de otros. A sensu contrario, el optimismo de unos se ha convertido en pesimismo y a la inversa. Lo que quiere decir que el optimismo o el pesimismo en sí mismo no tienen ningún valor político.

En estos momentos, tal como han ido las cosas, cabe la posibilidad de que Podemos no logre recuperarse, o que tarde mucho tiempo, y que volvamos al bipartidismo, si es que no ha vuelto ya. Un bipartidismo más imperfecto que el anterior si se quiere, pero bipartidismo, al fin y al cabo. Volveremos, lo estamos haciendo ya, a lo mismo de antes: corrupción incluso en plena pandemia y con el material sanitario, deterioro de la sanidad, la educación pública y el resto de los servicios públicos, más gastos militares, aumento de la desigualdad, etc.

Porque ese es otro tema: ¿de verdad nos creemos que se ha reducido la desigualdad? Es verdad que en la legislatura anterior se aprobaron medidas que contribuyeron a mejorar la vida de alguna gente, que en absoluto conviene despreciar. Pero, estadísticas aparte que yo no manejo, ¿qué es eso en comparación con el escandaloso aumento de los beneficios de la banca, de las empresas del IBEX y las grandes empresas en general? Claro que es verdad que hay un sector de la población, de la llamada clase media, que tiene posibilidades de llenar las terrazas, salir de vacaciones y llenar las playas. Pero ¿es esa tola la población que vive en este país? Y, aun así, ¿se reparte cada vez más justamente con ese sector de la población el aumento de PIB? ¿Cómo es que a la gente en general, y a los jóvenes en particular, aunque tengan trabajo, les es cada vez más difícil pagar una hipoteca o alquilar una vivienda o llegar a final de mes? Y si nos referimos a los más vulnerables, ¿alguien cree de verdad que las conquistas sociales de la anterior legislatura van a repetirse en la actual coyuntura, sin que nadie por la izquierda haga ruido y presione? Y los derechos ¿qué va a pasar con ellos con el ascenso de la ultraderecha?

La crispación no llega a la gente de la calle, se dice. Eso es cosa de los políticos y tiene poca trascendencia. Pero es que además de que esto es discutible, son ellos los que deciden sobre muchos de los problemas de la gente.

Con todo este diagnóstico, ¿hay motivos para ser optimista? Se puede ser todo lo optimista que se quiera, pero la realidad es la que es, y lo que hay que hacer es prepararse para cambiarla, con optimismo o con pesimismo.

Si nos referimos a la situación internacional, tendremos que convenir que durante estos últimos años se han producido cambios sustanciales. Tras la segunda guerra mundial, parecía casi imposible que se produjera una tercera. La experiencia europea, y no solo europea, había sido tan brutal que, aunque se produjeron momentos de mucha tensión, como en el caso de los misiles de Cuba, la escalada nuclear obedecía más a mantener el statu quo y la disuasión, que a embarcarse en una guerra que podía ser letal para ambos bloques.

Tras la disolución del Pacto de Varsovia y la Unión Soviética en los años 90, se vislumbraba la posibilidad de un mundo sin bloques militares y, por tanto, se diluían las posibilidades de una tercera conflagración mundial. Al fin y al cabo, las democracias occidentales, hoy llamadas pomposamente democracias liberales, habían superado con creces al régimen totalitario del este, tanto en el terreno económico como en el militar, y habían acabado con el enemigo comunista. La URSS y luego Rusia fueron no solo derrotadas en ese sentido, sino incluso humilladas, lo que quizás no sea del todo ajeno a los problemas actuales.

Pero más allá de esta consideración, lo cierto es que se pensó y se llegó a decir que la OTAN no servía ya para nada porque ya no había enemigo a quien combatir. Y empezó una colaboración estrecha y fructífera entre Europa y Rusia en materia económica y sobre todo energética. Había guerras locales, incluso en Europa, como la de los Balcanes, pero una guerra a escala europea parecía impensable.

Todo eso ha cambiado en sentido negativo en muy pocos años. La certidumbre de que China ya es un serio rival de EE.UU. por la hegemonía económica, comercial, tecnológica y en consecuencia militar, y la batalla por el control de las materias primas y los minerales esenciales para el desarrollo tecnológico, han hecho que EE.UU. vuelva a la senda del belicismo, si es que alguna vez se había alejado de ella.

Así, en la guerra de Ucrania no se ventila solo quién se queda con el Donbás. Eso es solo el señuelo. Lo que importa de verdad es la ampliación de la OTAN y su acercamiento a Moscú, en una operación de debilitamiento de Rusia como potencial aliado de China. Lo pueden disfrazar como quieran: como una guerra de las democracias liberales contra un régimen dictatorial (como si no fueran aliados de Arabia Saudí, Israel o tantos otros), o como la defensa de la seguridad europea (Rusia, dicen, después de Ucrania invadirá el resto de Europa, cuando en realidad apenas puede con Ucrania).

El caso es que soplan vientos de guerra. De momento nos están mentalizando de que la guerra es necesaria, y están consiguiendo ya, que los gobiernos inviertan cada vez más en presupuestos militares en detrimento de los gastos sociales, sin el menor gesto de protesta. A toda prisa también, nos están acostumbrando a la retransmisión en directo de la masacre del pueblo palestino y de la ocupación ilegal del Sahara Occidental por parte de Marruecos. Es como una vacuna que nos inmuniza contra los horrores de la guerra.

Los otros grandes problemas están en la inmigración y el cambio climático y el medio ambiente. Ninguna de las dos cosas las puede abordar con justicia, humanidad y eficacia el sistema capitalista tal como lo conocemos.

Si esto son los motivos que conducen al optimismo que venga dios y lo vea. En todo caso, eso sí, el optimismo es una manera subjetiva de ver las cosas, que puede ser innata en determinadas personas, a las que en absoluto se pretende juzgar por ello en estas páginas. Por otra parte, se puede decir lo mismo del pesimismo, que además puede conducir a la melancolía. Que la izquierda se prepare y prepare a la gente para luchar contra la guerra y por soluciones justas a estos problemas. Esto es lo esencial.

Y como decía Antonio Gramsci: “Hay que actuar desde el pesimismo de la inteligencia y desde el optimismo de la voluntad”.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Militar en la esperanza es una disciplina

Vivimos tiempos extraños. Masacres y genocidios: Gaza es el epicentro, aunque no es el único...

Grandioso acto en la Catedral de la República de Aragón

Inauguración del Ateneo Stanbrook II, Zaragoza, 13 de diciembre de 2024. (Como me dieron la orden...

Multitudinaria inauguración del Ateneo Laico Stanbrook

Más de cuatrocientas personas jóvenes y mayores, asistieron el pasado 13 de diciembre a la...

INAUGURACIÓN ATENEO LAICO STANBROOK

Más de 400 personas, incluyendo numerosos jóvenes, se reunieron este viernes 13 de diciembre para...
Aquesta web utilitza galetes pel seu correcte funcionament. En fer clic en el botó Acceptar, estàs donant el teu consentiment per usar les esmentades galetes i acceptes la nostra política de galetes i el processament de les teves dades per aquests propòsits.    Configurar i més informació
Privacidad