Siendo este mi primer artículo para esta revista, procede mi presentación. Voy a ahorrarles todos los datos biográficos y me limitaré a describir el universo ideológico y político en el que me siento confortable.
Soy de izquierdas.
Mal empezamos. Esta frase de presentación es tan poco presentable como poco definitoria. No sé muy bien lo que es ser de izquierdas. Tenemos una idea general de andar por casa que habla de solidaridad, justicia social, progreso universal, bla, bla, bla. Pero mi experiencia personal es que estos conceptos los encuentras en personas que se definen en todo el espectro ideológico. Pero yo me siento de izquierdas. No sé por qué. No se me pasaría por la cabeza votar a un partido de los llamados de derechas. Nunca lo he hecho.
En el núcleo de mis creencias está que la historia de la humanidad, la Historia en mayúsculas, se puede reducir a un pequeño número de elementos básicos: La supervivencia, la reproducción, la seguridad, la felicidad. La Historia se puede leer como la necesidad de asegurar la mayor cantidad posible de todos ellos.
Para alcanzar estos objetivos los humanos utilizamos dos herramientas universales: la riqueza y el poder. Si tienes riqueza y tienes el poder para disfrutarla todo lo demás está resuelto. Hablamos, claro en términos sociales. Si el amor de tu vida no te hace caso, ni poder, ni riqueza, ni nada te hará feliz, no te sentirás seguro, no te reproducirás a gusto y morirás.
Seguro que habrán observado que el tema de la divinidad, lo espiritual y esas cosas no tienen mucha cabida en mi razonamiento personal. Es decir, que ya habrán deducido que soy ateo. Esta es una afirmación absoluta. No se puede ser un poco ateo. Soy ateo.
Poder y riqueza. Esta es la cuestión. Por eso soy radicalmente socialdemócrata porque considero que hasta el momento presente la socialdemocracia es el modelo político que mejor combina ambos elementos. El que mejor los pone al servicio del desarrollo y consecución de los elementos básicos.
Bien. Ahora viene cuando desde todas partes me van a llover ejemplos nefastos de aplicación de la socialdemocracia. Y he ahí otra de las virtudes del modelo. Su gran versatilidad demostrada por el hecho de que no le gusta a casi nadie. No es heroica, ni revolucionaria, ni mítica, ni tiene épica. No hay héroes de la socialdemocracia. No tiene ningún glamour. Pero funciona.
Otra de sus virtudes es que no es perfecto. No es un modelo encerrado en los límites de una revelación. Es poco idealista y muy materialista. Parte de un principio muy desacreditado. Se es más feliz, se está más seguro, y puedes sobrevivir y reproducirte mejor si tienes cosas que si no las tienes. Es decir, la riqueza da la felicidad. Más a contrapelo no puede ir. Ni hombres nuevos, ni meritorios para la otra vida. La búsqueda de la felicidad como objetivo material.
La realidad es que por mucho que nos rompamos el pecho defendiendo a la patria o la revolución, al final lo importante es como se reparte la riqueza y qué grado de libertad tienen sus poseedores. Y ahí la socialdemocracia es imbatible. Sus creaciones más logradas hasta el momento han sido el estado de bienestar y la sociedad de consumo. Conceptos ambos que levantan ampollas en amplias capas de los grupos más concienciados políticamente en ambos lados del espectro, pero que se han mostrado como estructuras de una solidez a prueba de sueños.
A mi entender, muy limitado, es el mejor intento hasta el momento para alcanzar las metas de felicidad, seguridad, reproducción y supervivencia de nuestra especie. Por eso soy radicalmente socialdemócrata.
Continuará (espero).