Poco se ha destacado que en España el primero a entonar el grito de «¡Guerra a la guerra!» fue Pi i Margall, mucho antes de la conferencia de Zimmerwald o del movimiento pacifista de los años 70 y 80. Pi i Margall, adalid del republicanismo federal y expresidente de la Primera República fue el único que en 1895-1898 plantó cara a la oleada militarista que azotó el país en un sangriento esfuerzo por preservar los restos coloniales del Imperio en Cuba. Una trayectoria, de hecho, consecuente con la oposición sistemática de Pi a todas las guerras imperialistas desde que en 1859 se opuso a la invasión de Marruecos. Este antiimperialismo de Pi hizo que al final de su vida fuera cada vez más cercano al movimiento obrero y a las aspiraciones más revolucionarias de éste, empezando por el rechazo a la guerra, tal como se puede comprobar en este artículo significativamente dedicado al 1º de Mayo.
El día 1º de Mayo fue en España, en Inglaterra, en Bélgica, día de grandes e imponentes manifestaciones. Temían los Gobiernos: levantábase el espíritu de los pueblos. Preveíase un nuevo mundo, algo que venía a borrar las fronteras de las naciones, matar la guerra y establecer la paz sobre la justicia y el trabajo. ¡Qué lástima que se hay hecho decaer la fiesta y haya decaído! No los jornaleros, todos los hombres que sienten amor a la humanidad deberían concurrir a celebrarla.
Se ha repartido Europa el África y lucha ya sobre las lindes de la tierra que a cada nación corresponde. Inglaterra y Rusia son hace tiempo dueñas del Norte de Asia y están ahora descuartizando a China. No para detenerlas, sino para ser partícipes del despojo han ido allá recientemente Alemania e Italia. La más poderosa nación de América, la más poderosa industria y su comercio, se ha dejado llevar de Europa y se ha hecho campeón de la fuerza.
Padece violencia el mundo, y no hay rey ni jefe de Estado que trabaje por que predomine el derecho. Jamás se usurpó con el descaro que ahora extrañas tierras; jamás se ocultó menos que ahora el propósito de usurparlas. Con reducir a su obediencia al mundo amenazan los anglosajones de Oriente y de Occidente.
Nada cabe esperar del Congreso para el general desarme. Ármanse a más y mejor los que lo propusieron, y no cesan en sus conquistas. Quieren ya, no que las naciones licencien sus ejércitos ni arrinconen sus escuadras, sino que se comprometan a no aumentarlos: buscan hipócritamente, por un statu quo, la sanción de sus bárbaras depredaciones. Salga del Congreso lo que salga, no hay que dudarlo, prevalecerá la guerra.
La guerra no la puede atajar sino el trabajo: el concierto de los trabajadores todos para no dar su sangre en holocausto de la ambición y la soberbia. Es la guerra para los que la dirigen y la sostienen manantial de honores y riquezas; para los que trabajan, el peor de los azotes: al trabajo toca desarmarla.
Quisiera yo, no sólo que en todas las ciudades se celebrara anualmente la fiesta del 1º de Mayo, sino que también en los linderos de tres o más naciones se reunieran jornaleros de distintas partes del mundo y, puestas en haz sus banderas se abrazaran y declararan guerra a la guerra.
Madrid, 24 de abril de 1899.
Véase el original en Pi i Margall, «El día 1º de mayo», El Nuevo Régimen. Semanario Federal, año IX, núm. 435, 6 de mayo de 1899, p. 1.