En 1988 Manuel Vázquez Montalbán escribió el prólogo al libro coordinado por Gemma Martín y Jordi Serrano Las Casas de Juventud en España. Materiales de las II Jornadas de Casas de Juventud. Aún recuerdo la impresión y los nervios de tener el atrevimiento de pedirle un prólogo para un libro de Casas de Juventud a uno de nuestros mejores intelectuales. La cara avinagrada e impertérrita que puso hacía vaticinar una catástrofe. No fue así, como podéis comprobar. Me dijeron entonces que es que nació con ella. Aquí va pues el prólogo de Manuel Vázquez Montalbán al libro coordinado por Gemma Martín y Jordi Serrano: Las Casas de Juventud en España. Materiales de las II Jornadas de Casas de Juventud. Fundació Ferrer i Guàrdia. Barcelona, 1988. El prólogo llevaba el sugestivo título de “Ponerle techo a la intemperie” y en él Vázquez Montalbán decía:
“Cuando la revolución industrial creó masas solo identificadas por su edad o por su función en el esfuerzo productivo, entonces fue necesario tener conciencia de su existencia, en relación directa a la conciencia de peligrosidad. Quiero decir con ello que en la formación de un saber y de una actitud acerca de los jóvenes, quienes primero crearon ideología fueron los que valoraron la peligrosidad de agentes sociales insuficientemente integrados. Aún la clase obrera formaba parte de un modo de producción y había contraído obligaciones familiares de supervivencia que permitían una más amplia capacidad de maniobra integradora. Pero el joven era un quiero y no puedo, una curiosa especie entre la oruga y la mariposa que podía emplear su espléndida energía biológica en contra de lo establecido y no estaba ciego al colectivo orgánico del poder como para no apreciar que las grandes convulsiones sociales desde el siglo XVIII habían obtenido de la juventud sus principales agentes (…).
Cada colectivo orgánico social dio una respuesta definitiva, desde la militarización baden-powellita de resultados tan opuestos por el vértice según las geografías y las culturas, hasta las Casas de Juventud propiciadas por el socialismo moderado, pasando por todos los frentes de juventudes de carácter fascista o comunista. (…) He insistido en la locución ‘cultura de la juventud’, en equivalencia a conciencia de la juventud, es decir, el poder de aprehensión que de este fenómeno se ha reservado la clase adulta y la estrategia que le ha dedicado.
Al menos a estas horas de la mañana y en este día de noviembre de 1988, la victoria de la cultura adulta parece total y ha conseguido encerrar a la juventud contemporánea en campos de concentración de parados alimentados con las sobras del excedente familiar y periódicos conciertos de rock. Que la cosa no está clara lo demuestra la obsesión sobre la problemática de los jubilados. (…) pero sí invito a una constante tensión desalienante, muy necesaria sobre todo para los animadores culturales que trabajan en el campo específico de la juventud. En efecto, es útil todo lo que pueda dotar a la juventud de instrumentos de acción y creatividad, pero mucho más útil aún es comprender el papel alienante que el sistema otorga a buena parte de esos elementos (…) la juventud invitada a toda clase de paraísos artificiales antes de que descubra la inexistencia del paraíso. Es necesario que fueran dejando espacio para la sospecha de que solo un cambio radical de estructuras sociales, económicas, culturales y políticas permitirá que la cuestión juvenil deje de ser o una coartada de exjóvenes arrepentidos e insertados o una partida del presupuesto que hay que gastar para que los jóvenes maduren lo antes y lo mejor posible.”
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