Si fuéramos un país normal habría una Fundació Horta Sud en todos los pueblos y ciudades del País Valenciano y de España. Esto querría decir que la ciudadanía tiene valores republicanos, es decir, cree que el bienestar de la sociedad depende de todos y cada uno de nosotros. Desgraciadamente no es así.
De los equilibrios precarios de la transición nació un Estado con débiles valores antifascistas que nos alejan de nuestro entorno europeo. Pondré solo dos ejemplos de este abismo entre las tradiciones propias y las francesas. El primero. Nicolas Sarkozy, un hombre declaradamente de derechas, el día que fue investido presidente de Francia, acudió a la Cascada del Bosque de Boulogne, donde hay un monumento erigido en memoria de los 35 militantes de la Resistencia contra el fascismo fusilados en 1944. Además, prometió que se leería en las escuelas la carta que el militante comunista Guy Moquet envió a sus padres cuando supo que lo fusilarían en una represalia de los nazis. ¿Juan Carlos I o Felipe VI han hecho algún gesto equivalente? No.
El segundo. La suecana Virtudes Cuevas perteneció a la Juventud Socialista Unificada durante la guerra, fue una gran militante de la resistencia francesa y fue a parar en el campo de concentración de Ravensbrück. Bien, el jefe de Estado de Francia Charles de Gaulle le impuso la máxima condecoración francesa: la Legión de Honor. François Mitterrand puso otra esta vez reconociéndole el grado de oficial y posteriormente Jacques Chirac la recibió en un acto de homenaje. ¿Juan Carlos I o Felipe VI han hecho algún gesto similar? No.
Podéis pensar, ¿y qué tiene que ver todo esto con la Fundació Horta Sud? Pues mucho. Hace ahora 50 años un grupo de gente muy valerosa y en los peores momentos posibles -todavía se fusilaba a luchadores antifranquistas- decidió impulsar una iniciativa que ayudara a construir sociedad civil. Vieron, mucho antes que nadie, que sin organización de la sociedad y sin trabajar para elevar el nivel cultural de la sociedad los problemas no tienen solución.
50 años después podemos ver que se ha hecho un trabajo descomunal. Han sido muchas las iniciativas, que empezaron siendo utópicas y que se convirtieron en realidad. Algunas veces mucho más allá incluso del imaginable. La vida de la gente de Horta Sud hubiera estado muy diferente sin esta iniciativa.
Demasiada gente da por hecho todo lo bueno que tiene la sociedad en la que vivimos. No saben, no se quiere que se sepa, que todas y cada una de las cosas que tiene la sociedad es porque una gente, casi siempre anónima, se ha asociado de mil maneras diferentes para conseguir mejoras, pequeñas a veces, muy grandes otras. La experiencia nos dice que todos y cada uno de nosotros puede hacer algo. No importa el nivel académico, la edad o el sexo. Todos podemos contribuir en el progreso del pueblo, del barrio, de la ciudad, del país o del mundo, a hacer sociedades mejores.
Lo preocupante es que la Fundació Horta Sud es como una seta en medio de la despreocupación de las instituciones hacia la capacidad de autoorganización de la gente. El estado se siente poco legitimado y tiene miedo a que la gente se organice y tome conciencia de las posibilidades de cambio. Las escasas convicciones republicanas hacen que se recele de las iniciativas del pueblo en vez de ayudarlas y de mimarlas. Podríamos hacer una larguísima lista de los obstáculos en que se encuentran las entidades, obstáculos que cada día son mayores. Y podríamos hacer una lista también de la cantidad de recelos y trabas que tienen que sortear las entidades que hacen trabajo en el día a día. La desconfianza es tal y la burocracia es tan ingente que muchas veces se somete al ciudadano que ejerce su ciudadanía de forma activa a la humillación.
La Fundació Horta Sud se erige como un faro en el horizonte para todos aquellos que entiendan que no hay atajos fáciles a la mejora de la sociedad y que sin una ciudadanía activa organizada no hay nada a hacer más que esperar fórmulas mágicas o frases ocurrentes en una campaña electoral. Cómo escribía Antonio Gramsci: “las ideas no viven sin organización”.
Las dificultades de las entidades no son producto del azar. La burocratización brutal de la cooperación con las instituciones es la otra cara de la moneda que significa la falta de convicción democrática y el miedo en el pueblo. La reacción, la extrema derecha, necesita una ciudadanía desmovilizada, desmotivada, desorganizada y atomizada. Si queremos mejorar la sociedad hace falta movilización, organización, motivación fundamentada en los valores de progreso.
No es baladí que en el País Valenciano se use indistintamente el término “sociedad” y “asociación”, un gran acierto que desenmascara aquella gente neoliberal como Margaret Thatcher que afirmaba sin rubor que no hay había sociedad sino solo personas.
En un cumpleaños tant señalado hay que reconocer a la gente y a las instituciones, en este caso a la Fundació Horta Sud que lo hacen bien y que nos señalan al camino a seguir.
Larga vida a la Fundació Horta Sud!
Fuente: https://fundaciohortasud.org/mirades-jordi-serrano/