La juventud es muy diversa. Hay personas jóvenes que estudian, unas en su curso y otras porque habían abandonado los estudios demasiado pronto y ahora lo retoman. Hay gente joven que trabaja después de completar un periodo formativo y otra que compagina la formación con un trabajo precario. Hay gente joven que trabaja precariamente porque no tienen demasiada formación laboral, a pesar de tenerla. Hay jóvenes que ni estudian ni trabajan.
Hay personas jóvenes que tocan instrumentos musicales, que hacen deporte. Algunas disfrutan de viajar, de relacionarse con otros, de compartir proyectos en grupo…
También hay gente joven que está siempre pegada a la pantalla, o que pasa su tiempo libre de forma no demasiada saludable. Hay gente joven, en cambio, que cuida mucho su salud, la alimentación, la imagen.
Hay jóvenes nacidos en familias valencianas, u otras partes de España, o de Europa, u otros países del mundo.
Hay gente joven que tiene entre 12 y 17 años, otros son mayores de edad aunque no llegan a los 30.
Para hablar de participación de la juventud, debemos tener muy presente esta diversidad.
La gente participa en las asociaciones. Esto siempre ha sido así. No es posible participar en la soledad de tu casa. Conviene recordar bien que los grandes cambios de nuestra historia son debidos en gran medida a la participación organizada, a la que hacen las asociaciones.
Ahora mismo hay mucha confusión en las administraciones públicas sobre qué es la participación. Allá por mayo de 2011, en las plazas de las ciudades españolas parecía que los «padres y madres» movían los muebles de casa y nosotros, hijos adolescentes, poco expertos en esto de los cambios, podíamos aprovechar el ajetreo para girar la cama o cambiar un par de sillas de lugar. Pero cuando la efervescencia fue menguando y los nuevos vocabularios ya habían adjetivado todas las cosas «viejas», «la democracia real» llegó sin saber muy bien cuál sería el siguiente paso a dar.
Muchos ayuntamientos se apresuraron a incorporar medidas de democracia «directa», y pusieron en marcha cosas como los presupuestos participativos: íbamos huyendo de votar cada cuatro años, y hemos acabado votando todos los años. No es que votar no tenga valor, pero que la mejora de la participación de la ciudadanía se haya acabado simplificando con un carrete de la compra en una aplicación web, y que el máximo exponente del ciudadano comprometido sea el que «compra proyectos municipales» con el dinero público de todos, que tendría que estar construyendo hospitales, escuelas o atendiendo a personas dependientes, es sorprendente.
Participar, claro, no es esto. Participar es:
- Analizar-evaluar la realidad.
- Tomar decisiones.
- Asumir responsabilidades.
- Planificar-organizar-actuar.
Si participar implica necesariamente que después de decidir cosas se asuman responsabilidades, y que se permita actuar a las personas sobre aquello que han decidido, no hay que ser demasiado espabilada para darse cuenta que los procesos actuales de participación solo implican, en el mejor de los casos, el segundo paso. Además, si se llega a tomar decisiones como bandera de la participación de la ciudadanía, normalmente se hace saltándose el punto 1, es decir, sin analizar la realidad. Soltando solo opiniones, pasamos a tomar decisiones. En esto todavía no somos demasiados europeos
En resumen, que en los últimos años, al ver los datos sobre la debilidad del tejido asociativo, se ha optado por prestar atención al 75% de los ciudadanos que no están asociados, porque son mayoría. Se han hecho presupuestos participativos para la ciudadanía no organizada, y resulta que 9 de cada 10 ideas recogidas siguen siendo propuestas por asociaciones. La gente continúa participando de manera asociada.
La sociedad adulta ve a la juventud inactiva, poco comprometida. Pero somos justamente los adultos quienes tenemos que empezar a educar a la juventud, sobre todo a los adolescentes, para mejorar la situación. Básicamente, porque si no perpetuaremos el problema.
Que las personas jóvenes tengan iniciativa, sean más autónomas, con capacidad de organización, más responsables y preparadas para el trabajo en equipo, se puede fomentar especialmente mediante el trabajo con jóvenes que se hace, sobre todo, desde los municipios y ayuntamientos.
En Europa, desde hace muchas décadas, está extendido el sistema de educación no formal alrededor de un ocio educativo: Centros Juveniles pensados para la población adolescente, con una metodología concreta y en lo que no me detendré ahora.
En Múnich (Alemania), por ejemplo, las 90 Casas de Juventud de la ciudad disponían de un presupuesto anual de 21 millones de euros en 2006. Actualmente es muy superior.
Desde la finalización de la II Guerra Mundial, la mitad de la población adolescente alemana pasa esta etapa de su vida, en su tiempo libre, vinculada a algún centro, club o asociación de su barrio. Allí pasan la mayor parte de su tiempo libre haciendo actividades con monitores contratados por la organización a la que pertenece el centro, subvencionados por las administraciones públicas que también facilitan que estas entidades cuenten con locales e infraestructuras propias. Todas las entidades tienen (se puede comprobar en sus webs) un programa de educación política. Si, en Alemania se utiliza el tiempo libre para enseñar ideología a la ciudadanía adolescente, adoctrinándolos en valores democráticos, de compromiso social, de respeto y tolerancia hacia las otras personas y de lucha por el medio ambiente.
Las personas jóvenes no quieren ser espectadoras, quieren hacer por ellas mismas. Creemos espacios donde esto sea un proceso con metodología que se aprenda y se posibilite la repetición, y crearemos una ciudadanía mejor para el futuro. Empecemos por analizar la realidad con la gente joven, y no tomar decisiones sobre las cosas que tienen que hacerse para la juventud en los municipios sin tener en cuenta su voz.
Sería enriquecedor que este análisis lo hicieron los propios jóvenes, al menos en la parte de la reflexión sobre los datos recogidos, puesto que implican su realidad. Y que mediante este debate se pudiera decidir qué se puede hacer para mejorar la situación de la gente joven, en el supuesto que tratamos, del municipio, y mediante su tiempo de ocio. No olvidemos que después de preguntar «qué haríais» hay que permitir que ellos hagan. Esa será la garantía de que lo que se haga, funcione. Recordemos que participar no es solo pedir opinión, también es dejar hacer a los demás.
Necesitamos integrar socialmente a las personas jóvenes, si queremos que sean ellas quienes protagonizan la mejora de nuestra sociedad.
La gestión de estos servicios para adolescentes es clave. Si queremos que el ocio de nuestros adolescentes sea una forma de generarles compromiso social, tarde o temprano tendrán que asociarse. La gestión de un centro juvenil por parte de una asociación será la única garantía de que el asociacionismo llegue a los jóvenes. Del mismo modo que la empresa maximiza el beneficio, las asociaciones buscan la filiación de los usuarios. Es de cajón. Por lo tanto, habrá que desarrollar el modelo de gestión cívica de estos servicios. La gestión cívica consiste en facilitar que la sociedad civil organizada gestione intervenciones sociales. Una sociedad está mejor preparada para asumir retos de mejora social cuanto más implicados e implicadas en esto tiene a sus ciudadanos y ciudadanas. Especialmente en la población juvenil. Antes ya lo hemos mencionado a nivel general, pero hay que recalcar que en Múnich la totalidad de las Casas de Juventud está gestionada directamente por organizaciones prestamistas de servicios a la juventud sin ánimo de lucro. En ellas, por cierto, la media de edad de los dirigentes y profesionales es muy superior a los 30 años. El asociacionismo de jóvenes en exclusiva, en Europa, no existe.
“Se han hecho presupuestos participativos para la ciudadanía no organizada, y resulta que 9 de cada 10 ideas recogidas recogidas siguen estando propuestas por asociaciones. La gente continúa participando de manera asociada”
A la educación formal se destina un 5% del presupuesto estatal, redondeando. En el caso del ocio educativo de los adolescentes que garantizaría la participación social del futuro, la recomendación de la Unión Europea para los ayuntamientos es destinar un 1% de los presupuestos anuales. Si miramos el mapa valenciano, se puede contar con los dedos de una mano los municipios que actualmente están cerca de esta cifra. La inmensa mayoría ni de lejos se acercan. Tenemos, pues, la participación social que, con los recursos que destinamos, somos capaces de generar: muy poquita. Las cosas no ocurren por generación espontánea, ni «porque tenían que pasar». Las cosas que merecen la pena necesitan de un buen plan, mucho esfuerzo y recursos.
Pongamos, para acabar, un ejemplo ilustrativo: la ciudad de Castelló de la Plana. Con la población adolescente actual, unos 10.000 jóvenes de entre 13 y 17 años, tendría que contar con un mínimo de 12 centros juveniles específicos para empezar a cubrir las necesidades de ocio educativo de la población adolescente, pero más o menos hay 4, y abiertos recientemente. Aunque tuviera 12 centros de participación juvenil en pleno funcionamiento y con éxito de asistencia, solo cubriría aproximadamente un 20% de la población total de adolescentes de la ciudad. Y esto si funcionaran a pleno rendimiento.
Definitivamente, nos queda mucho por hacer.
Fuente: https://fundaciohortasud.org/mirades-victor-escoin/