Por Ivan Montemayor Doctor en Ciencia Política y miembro de Debats pel Demà
Después de meses de ver cadáveres de niños inocentes en todas nuestras pantallas, una multitud de estudiantes decidió pasar a la acción.
Muerte, hambre, bombas. La indiferencia, para un joven con consciencia crítica, no es una opción digna. El movimiento universitario empezó en los campus americanos, como el de Columbia en Nueva York. Algunas de estas Facultades no habían vivido protestas tan fuertes ni siquiera en el pico del movimiento contra la guerra de Vietnam. Las imágenes de la represión dieron la vuelta al mundo y el primero en acampar fue el estudiantado de la Universidad de Valencia.
Cuando llegué a la acampada que se estableció en la Universidad de Barcelona, pude ver como los estudiantes se autoorganizaban de forma plenamente autónoma, dividiendo el trabajo en comisiones, tomando decisiones colectivas en asambleas y manteniendo el respeto por la diversidad que allí habitaba: corrientes trotskistas, militantes políticos, palestinos exiliados, ecologistas, marxistas y anarquistas. Todas unidas por un objetivo común: la solidaridad con el pueblo palestino. Si bien todas las estadísticas habidas y por haber dicen que los jóvenes (especialmente los varones) se están radicalizando hacia la extrema derecha, la acampada fue una demostración de que la rebeldía juvenil sigue existiendo.
Hubo momentos realmente emocionantes, dejadme hacer una breve narración de dos de ellos. Desde Gaza nos llegó el agradecimiento de una estudiante de Medicina, que desde el otro lado del herido mar mediterráneo nos habló de universidades derruidas por las bombas, de enfermedades sobre el cuerpo y la mente. Acabó con una palabra, una palabra clave. Esperanza. Un anciano, judío antiosionista, aplaudió con ánimo.
El segundo momento fue un momento de celebración. El Claustro de la Universidad, como órgano de máxima representación tenía que debatir una propuesta: romper relaciones con instituciones, empresas y universidades israelís. La votación dio el siguiente resultado: 59 votos a favor, 23 en contra y 37 abstenciones. La UB daba el primer paso ejercer el boicot al complejo militar-industrial israelí, en el cual las universidades israelís participan acríticamente.
Después de semanas resistiendo, finalmente la Universidad de Barcelona aprobó en su Consejo de Gobierno aceptar la propuesta propalestina y medidas como ésta:
“No se establecerán convenios con instituciones israelíes hasta que las condiciones en Gaza garanticen una situación de paz absoluta y respeto a los derechos humanos. En el caso del acuerdo marco de colaboración con la Universidad de Tel-Aviv, se activarán todos los mecanismos necesarios para romperlo de forma inmediata e indefinida, y se informará a las instituciones implicadas”.
Lucha en la Universidad Autónoma, en la Politécnica y en la Pompeu Fabra. En todo el estado. En todo el mundo. Incluyendo la Universidad de Tokio. Pero, ¿cómo seguir ahora la lucha más allá de las universidades?
En otras acampadas, como en la ocurrida a la Universidad de las Islas Baleares, matones de extrema derecha se presentaron para provocar y agredir a los acampados. Quizá, en el caso de que eso sea posible, algún sionista con capacidad crítica debería preguntarse cómo es posible que los primeros en salir en defensa sean, ni más ni menos, que fascistas, nacionalistas y racistas. Lo vemos cuando Abascal se desplaza hasta Israel para hacer la pelota a Netanyahu y también cuando Silvia Orriols (filofascista de la nueva extrema derecha independentista de Alianza Catalana) compara Catalunya con Israel. El sionismo forma parte de la gran internacional de movimientos reaccionarios.
Ahora bien, ¿hasta dónde podría llegar la audacia del movimiento propalestino? La solución no es reconocer a Palestina, sino romper inmediatamente la relación con Israel, que no es un estado legítimo. Tanto relaciones económicas como políticas. ¿Por qué la Generalitat de Catalunya sigue manteniendo una oficina en Tel Aviv? ¿Por qué el Reino de España sigue comprando armas y tecnología al estado de Israel? Como bien han señalado los debates en las acampadas la lucha por el derecho de autodeterminación del pueblo palestino se entrecruza con la lucha general contra el imperialismo que ejerce en todo el mundo, como fase superior del capitalismo. No es sólo una simple discusión religiosa o étnica, sino que el sionismo es un proyecto colonial donde rigen los interesen económicos de los Estados Unidos.
Debemos, finalmente, recordar el hilo rojo de luchas que conecta al asociacionismo de base, el sindicalismo, el movimiento republicano y la lucha anti-militarista. Los oprimidos, las personas trabajadoras de todo el mundo se han organizado contra las guerras imperialistas. Para Francesc Pi i Margall, como se difundió el año pasado en Memoria del Futuro, la lucha por la I República fue una lucha contra el esclavismo y contra las guerras promovida por las oligarquías. Siempre nos lo recuerda con firmeza pacifista el amigo Albert Portillo. Esto decía Pi en un escrito dedicado al 1º de mayo:
“La guerra no la puede atajar sino el trabajo: el concierto de los trabajadores todos para no dar su sangre en holocausto de la ambición y la soberbia. Es la guerra para los que la dirigen y la sostienen manantial de honores y riquezas; para los que trabajan, el peor de los azotes: al trabajo toca desarmarla. Quisiera yo, no sólo que en todas las ciudades se celebrara anualmente la fiesta del 1º de Mayo, sino que también en los linderos de tres o más naciones se reunieran jornaleros de distintas partes del mundo y, puestas en haz sus banderas se abrazaran y declararan guerra a la guerra.”
Sin duda, siguiendo la estela de las acampadas estudiantiles, una huelga general puede hacer mucho por la causa del pueblo palestino. Y es que como decía otro republicano, Gabriel Alomar, sólo la revuelta salva.
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