Es verdad que la gente de izquierdas somos muy picajosos porque nuestro natural espíritu crítico nos lleva a cuestionarlo todo. Pero ello no nos debe llevar a cuestionarlo tanto que nos obligue a la inacción y a quedarnos en el sofá de casa. Hay demasiado izquierdoso que más que un militante crítico con la sociedad, parece un cenizo. Pongo un ejemplo. En unas elecciones presidenciales francesas de hace un año se presentaron las tradicionales candidaturas del PSF y la del PCF. Hasta aquí tiene una cierta lógica. También se presentó una candidatura verde. Lo podemos entender, pero también dos candidaturas trotskistas. Ya es más difícil de entender. Pero veamos qué pasó. Anne Hidalgo del PSF consiguió 600.000 votos (1,7 %), Fabien Rousel del PCF sacó 800.000 votos (2,2 %), el candidato verde, Yannick Jadot, que sacó 1,6 millones de votos, (un 4,6%) y dos trotskistas Philippe Poutou con un 260.000 (0,8%) y Nathalie Arthaud 197.000 votos (0,6%). ¿Cómo es posible que existan dos propuestas del trotskismo una vez el estalinismo no existe?
Y por fin el candidato mejor situado de la izquierda Jean-Luc Mélenchon 7,7 millones de votos (21,9%).
Pasaron a la segunda vuelta Marine Le Pen, la candidata neofascista que sacó 8,1 millones de votos (23,1%) y el derechista Emmanuel Macron consiguió en la primera vuelta 9,7 millones de votos (27%).
Es todo más complicado, lo sé, pero si los candidatos de izquierda (sólo con algunos de ellos, no hacían falta todos) que se sabía que no tenían ninguna posibilidad de pasar a la segunda vuelta, hubieron apoyado a Jean-Luc Mélenchon podía haber recibido un total de 11.150.000 votos y hubiera ganado la primera vuelta y hubiera cerrado el paso a Marine Le Pen.
Es decir, si no hubieran hecho el canelo, en la primera vuelta Jean-Luc Mélenchon hubiera ganado, pasaría a la segunda vuelta y Marine Le Pen no hubiera pasado. La gente de izquierdas en la segunda vuelta tuvo que optar por votar a Macron, el autor de una salvaje reforma laboral, o al fascismo de Le Pen. ¡Vaya!
Es verdad que es difícil entender la inteligencia de los lideres de los partidos de izquierda, pero tampoco entendemos la actitud de los ciudadanos. Su falta de criterio político los llevó a tener que pedir el voto de Macron en la segunda vuelta. O abstenerse y dar la oportunidad de ganar al neofascismo. ¡Madre del amor hermoso!
Por otro lado, también es verdad que vivimos unos tiempos extraños. No son tiempos de grandes ilusiones colectivas, ni estamos en el año 1977, ni en el año 1982, ni en el gran susto de 2004, ni en la gran esperanza de 2014. Son tiempos de reflujo. Y tiempos extraños, porque estamos en una campaña donde lo menos que se valora es la obra de gobierno, que en general es aceptable y en el ámbito europeo buena. Estamos asistiendo a una ola fascista de gran calado. Una ola que es internacional pero que se expresa en el Reino de España como un resurgimiento del franquismo puro y duro. Demasiada gente quiere hacer diferencias entre el PP y Vox, cuando Vox sale del propio PP. No hay diferencias substanciales, la prueba es lo fácil y sistemático de los acuerdos municipales y autonómicos entre PP y Vox.
Amigos, esta gente está desatada, compiten por quién grita la frase más brutal, no tienen desgaste. Es cierto que se ha utilizado demasiadas veces la amenaza de que viene el lobo. Pero esta vez el lobo ya está entre nosotros y el desastre social, cultural y de derechos puede ser brutal.
Ahora toca ir a votar. Después tendremos meses en esta revista para dar espacio a las voces críticas ante el estado real de nuestras izquierdas. Pero mejor hacerlo con un gobierno progresista que escribir artículos entre manifestación y manifestación contra los recortes de derechos y libertades.
Vota lo que quieras, pero vota una opción de izquierdas y no hagas el cenizo y te quedes en casa, lo lamentarás tú, lo lamentaremos todos y sobre todo lo lamentaran los más humildes.