Amenazo que de tanto en cuanto voy a publicar reflexiones contra las nuevas tecnologías en el intento de demostrar que con ellas nos están arruinando la vida. Todos ellos englobados en el lema de “Viva el rey Ludd”.
Estoy harto de esta beatifica confianza en las nuevas tecnologías y en los nuevos inventos y redes, como por ejemplo el e-mail, Twitter, Facebook, Linkedin, Instagram, Tik Tok, y todo el demás. Que la confianza la tenga gente alienada, indocumentada o analfabeta, lo encontraría normal, el problema es que nos lo dice gente cultivada y de izquierdas. Tenemos el precedente de Ildefonso Cerdà, un comunista, sí, el del ensanche de Barcelona, que escribía «los ferrocarriles y los telégrafos eléctricos armonizarán lenguas, los pesos, las medidas y las monedas. (…) destruirán los antiguos odios entre naciones y asegurarán la supremacía de la paz universal, eliminando los antagonismos de clase». Ya lo hemos visto. Lo ha clavado.

Sabemos, porque la historia nos lo muestra claramente, que las innovaciones no siempre son buenas. Por ejemplo, cuando el general español Valeriano Weyler se inventó los campos de concentración, también hubo gente indocumentada que decía que los campos no eran en sí mismos buenos o malos, sino dependía de cómo se utilizaban.
Ahora nos dicen que las redes sociales e Internet no son buenas ni malas, que depende del uso que se haga. Creo que no. Cada hora pasada ante la pantalla del ordenador –o del móvil– es una hora perdida y regalada gratuitamente a las empresas que nos cobran: telefónicas y amos de aplicaciones diversas.
El papanatismo en el que estamos instalados nos lleva al fanatismo. No sé por qué esta manía de todo el mundo para hacer ver que entiende las nuevas tecnologías. Voy a comprar un ordenador, el vendedor me dice que sólo me tengo que bajar los programas free de Internet: “todo es muy fácil”. Yo le respondo: “pues yo no lo sabré hacer”. Me insiste: “¡si incluso un niño lo sabe hacer!» Le respondo cabreado: «¡pues véndame el niño!»
No sé por qué la gente que sabe de tecnología pretende que todos lo entendamos. Yo no pretendo que todo el mundo conozca la vida y obra de Francisco Pi i Margall y el republicanismo federal del siglo XIX.
Todos estos inventos no son otra cosa que ideología reaccionaría disfrazada de aparatitos con pantalla y llenos de botones de los cuales al menos la mitad no sabemos para qué sirven.
Hay demasiada retórica sobre las TIC. El teléfono transformó las mentalidades mucho más que las nuevas tecnologías. La electricidad y la lavadora de ropa cambiaron totalmente los horarios y las costumbres. Mucho más importante fue, seguro, la píldora anticonceptiva y no hacemos tanta literatura barata ni despedimos por ello a nadie.
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