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Educar en valores

26/09/2023

Hace años que usamos el concepto “educar en valores” en los espacios donde se gestiona y ejerce la educación. Pero al revisar documentos comunes con otros pueblos europeos, te das cuenta que la educación en valores, aún siendo un concepto útil, ha sido reformulado, y reentendido. No aparece como tal, por ejemplo, en las recomendaciones europeas sobre competencias educativas.

Esto es así desde el informe Delors y las siguientes recomendaciones europeas. En el año 2006 se alcanzó un consenso sobre este asunto. Y de la educación en valores ahí, aparentemente, no se habla.

Pero en realidad sí contiene la esencia de la educación en valores. No quiero entrar en el campo de las competencias educativas ni en su descripción, no es necesario. Las competencias en lectoescritura, multilingüe, matemática, científica, tecnológica o digital, tienen cada una su peculiaridad. Incluso hay una competencia llamada “ciudadana”. La mayoría de asociaciones de la sociedad civil sensibles a la educación y que hacen, además, educación después de la escuela, se apresuraran a enmarcar sus objetivos educativos principalmente en esta competencia. Parece hecha a medida para nosotras, la sociedad civil.

Debemos ir dándonos cuenta, poco a poco, que aquello que llamábamos educación en valores, está ahora repartido entre todas las competencias educativas. Que no hay una competencia concreta de valores, sino que los valores están en todas las competencias, las atraviesan como un hilo a las cuentas de un collar. Y suerte de ello, porque tal vez sea ese hilo, los “antiguos valores” (ojo, que no he dicho anticuados) uno de los pocos, y tal vez el único, elemento que las mantiene unidas.

Si debemos abrazar las competencias educativas.

Si debemos cambiar la forma de llamar a lo que hacemos, y tal vez no hablar tanto de educación en valores (como objetivo) sino como medio en todo lo que hacemos.

Si ninguna competencia nos describe específicamente, y además, tenemos un poquito de lo que hacemos en todas ellas…

Vamos a tener que trazar un plan si queremos que, a partir de ahora, se nos entienda.

Porque una de las claves del trabajo con jóvenes en cualquiera de sus formas, en Valencia, Aragón, Cataluña, y otras regiones españolas, es que necesitamos a los institutos de secundaria para poder hacer nuestro trabajo. Es impensable que un centro juvenil, asociación de alumnos, casa de juventud, pueda funcionar si no hace actividades de enganche o captación en centros educativos de secundaria. En la mayoría de cosas que hagamos en un instituto, deberemos trabajar conjuntamente con el equipo docente.  Esto, sin duda, requiere del uso de lenguajes comunes. Una profesora de instituto y una animadora de centro juvenil tienen algo que las une: ambas educan.

El problema aparece cuando intentamos definir en que educamos. El profesorado, como norma general, tiene muy claro que educa en competencias. Las animadoras juveniles no lo tienen tanto. Trabajemos, pues, esta parte un poco mejor en las formaciones de nuestras animadoras, y que tengan la base pedagógica necesaria. Esto será fácil de hacer en cuanto nos pongamos a ello.

En esto último vamos a asumir que el profesorado nos lleva trabajo por delante, y que alinearnos ahí no tiene como objetivo nada más que establecer las bases del lenguaje común entre todos los entes educadores, por fin, y reconocernos en ese espacio del que habitualmente las animadoras juveniles no formamos parte. En cambio, hay una cosa, y es la última, que debemos hacer que funcione.

Hace unos días un profesor de educación física me decía lo importante que ha sido para él traer al centro a la gente del club de rugby local a sus clases. Han compartido dos o tres días el trabajo de este deporte con el alumnado, y me decía, “los valores de esta actividad deberían estar más presentes en el día a día. Esta entrenadora ha enseñado a mis alumnos más valores en tres horas de trabajo que la mayoría de profesoras, incluido yo mismo, en un año entero”. Seguimos hablando de valores, y nos dimos cuenta de que no hablábamos de lo mismo que cuando un animador viene al instituto a hacer una sesión.

Hay dos tipos de valores. Los valores finales (o finalistas) y los valores instrumentales. Los instrumentales son aquellos valores que utilizas en el día a día para llegar a tus valores finales. Cuando una persona se declara ecologista, o feminista, lo hace fruto de la aplicación de una serie de valores instrumentales en su día a día. El pensamiento crítico y reflexivo, asumir responsabilidades, o el saber estar en una reunión de grupo, son valores instrumentales. Pero también lo son la puntualidad, el compromiso con lo que asumimos, las habilidades para el consenso, cooperación, la sinceridad (si queremos una sociedad no basada en el engaño es imprescindible), el respeto, el diálogo y la tolerancia, el valor de la justicia (no me atrevo ni a poner ejemplos de su importancia), y el valor del esfuerzo.

Estos valores instrumentales son fácilmente adquiribles en el rugby. También en el centro juvenil. Aquí mi amigo profesor me detuvo, “Si, pero no son el rugby, la clase de mates o el teatro del centro juvenil, en sí mismos, los que te enseñan esos valores instrumentales. Es, más bien, como se hace el rugby, como se hace la clase de mates, como se hace el teatro en el centro juvenil. No es la actividad, es como se hace”. Me encantó escuchar estas palabras de su boca. Esta tal vez sea la clave del consenso de los próximos diez años entre ambos sectores educativos, los del formal y el no formal. Por cierto, que ahora se llama todo igual: aprendizaje a lo largo de la vida.

Es necesario un pacto de consenso en la ciudad educadora republicana. Todas y todos los actores del espectro educativo deben reconocerse, y actuar en una misma dirección. Y la formación en valores instrumentales y no tanto finalistas, es una de las claves. Es necesario un consenso en que lo que hacemos es lo mismo en ambos espacios de educación, basado en esos instrumentales. Porque el extremismo,  el fascismo, o el machismo, y la falta de conciencia ecológica que aumenta entre las adolescentes, no se combaten sin valores instrumentales. Una joven ecologista que no sepa persuadir al otro, está perdida. Un joven feminista que no sepa hacer un acta o montar una actividad, nunca llegará a ningún sitio. Un alumno antifascista, deberá saber gestionar bien los pasos para una reunión con el equipo directivo. Si queremos educar en libertad, además, debemos dejar de lanzar consignas: “hay que respetar el planeta”, “Recicla”. No podemos basar nuestra tarea educativa en enseñar lo que hay que pensar. Debemos enseñar a pensar. Nuestra obligación es dar los instrumentos de progreso, esos valores instrumentales, que permitirán a cada ciudadana ser libre, tener habilidades para organizarse con otras, entender cuando alguien les manipula, y luchar por algo. Nuestros valores los elegimos nosotras mismas sin darnos cuenta. El problema no es los valores finales que tenemos (entendedme aquí, que los chicos y chicas sean menos ecologistas que antes tal vez sea un síntoma y no el problema en sí) sino cómo llegamos a tenerlos, si se logra por decisión propia a través de un camino determinado, con reflexión personal, si se logra por medio del día a día, mientras los asumimos como nuestros, cómo los llevamos a la práctica y cómo lo hacemos con las otras. 

Cuando le dije a mi amigo profesor que lo importante que hacía el rugby para mí era, por ejemplo, que generaba conciencia del trabajo en equipo, ambos estuvimos de acuerdo. Y que hay muchas otras actividades en las que esto también ocurre, también tuvo consenso en nuestra conversación. La banda de música o el ateneo musical, por ejemplo, trabajan esto del equipo de otra manera. A un equipo se va con los deberes hechos. Si no has preparado tu línea del pentagrama en casa, el grupo pagará las consecuencias sonando peor. Si no estudias las jugadas, el equipo de rugby puede fallar en su meta. 

No es el rugby lo que hay que hacer en todas partes. No es que la música sea la solución, y ahora todas las jóvenes deban ir al ateneo. Hoy en día solemos tratar el medio como si fuese el fin. Somos muy de llamar danone al yogur, o “chino” al bazar. Somos muy de ir rápido.

Por eso debemos proponer ya ese pacto sobre la ciudad educadora republicana. Ese pacto que se centra en cuáles son los valores instrumentales que debemos trabajar todas las agentes educadoras, sobre todo con nuestras adolescentes de catorce a diecisiete años. Este pacto debe, necesariamente, incorporar a las entidades de tiempo libre y a las animadoras juveniles. Las actividades vendrán después. Rugby, ateneos musicales, clubes deportivos y bandas de música en general, centros juveniles, casas de juventud, asociaciones de alumnas, seguirán haciendo lo que han hecho siempre, que no es otra cosa que fabricar ciudadanas capaces de vivir en democracia, y protegerla cuando es necesario.

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