Hace noventa años, mujeres y hombres de toda España votaron por primera vez en igualdad de derechos en unas elecciones generales. Un logro atribuible al trabajo, a la audacia y a los consensos que logró concitar Clara Campoamor.
La historia de la consecución del voto de las mujeres es conocida. Tras la caída de la dictadura de Primo de Rivera se declaró la República y se convocaron elecciones generales constituyentes en 1931. Elecciones en las que frente a la derecha antirrepublicana que concurrió dividida, la izquierda lo hizo en la coalición ‘Conjunción Republicano-Socialista’ y ganó las elecciones.
Clara Campoamor consiguió un escaño -las mujeres podían ser elegidas diputadas, pero no votar- y fue la única mujer que participó en la comisión creada para la redacción de una nueva Carta Magna, en la que luchó por el voto femenino. Sometido a debate en las Cortes el artículo 36 que posibilitaba el voto de las mujeres, Victoria Kent y diputados de la izquierda se opusieron. Afirmaban que el voto de las mujeres, al estar muy influenciadas por la Iglesia, ponía en peligro la República. Finalmente, el uno de octubre de 1931 se aprobó el artículo 36 de la Constitución de la Segunda República que posibilitaba el sufragio femenino.
En las elecciones a Cortes Generales de 1933 los republicanos de izquierda y los socialistas se presentaron divididos, en cambio la derecha se presentó unida y consiguió el triunfo. El hecho de que en estas elecciones ejercieran por primera vez su derecho al voto casi siete millones de mujeres y fuera derrotada la izquierda, dio lugar a que se les responsabilizara de la derrota. Reputados historiadores como Julián Casanova han quitado valor a este argumento. Defienden que la derrota de las izquierdas en 1933 fue debida a su desunión electoral. Las mujeres votaron también en 1936 y ganó la izquierda que concurría unida en el Frente Popular.
Clara Campoamor no consiguió renovar su escaño en 1933 y ya no volvió a ser diputada. En 1934 abandonó el Partido Radical e intentó unirse a Izquierda Republicana, pero no fue admitida. Estaba desacreditada y señalada como una de las responsables de la pérdida de las elecciones en 1933 por haber conseguido sacar adelante el voto femenino. Ese fue su premio por un logro histórico.
Es bueno sacar lecciones de la Historia. En la pasada legislatura se produjo un importantísimo avance en derechos de las mujeres. Parte del gobierno recogió de las grandes movilizaciones del movimiento feminista algunas de sus reivindicaciones y las trasladó a ley. Prueba de ello es que el sistema español ha obtenido la cuarta posición en el índice Europeo de Igualdad de Género, detrás de Suecia, Países Bajos y Dinamarca.
Pero pese a esto y como en el caso de Clara Campoamor, la consecución de los derechos de las mujeres y del colectivo trans tiene resultados demoledores para las que los impulsan. Sin entrar en equiparaciones, ya que es evidente que la ley que permitió el voto de las mujeres fue capital, sí que podemos extrapolar el modus operandi de la reacción contra el avance de los derechos de las mujeres. Difamación para convertir a las protagonistas en chivos expiatorios y como resultado expulsión o esquinamiento. La ministra de Igualdad Bibiana Aído sacó adelante una nueva ley del aborto en 2010. Fue muy contestada por la derecha y sufrió una gran persecución. En la siguiente legislatura el Ministerio de Igualdad se integró en Sanidad y fue reducido a secretaria de Estado. En el caso de Irene Montero después de poner en marcha leyes importantísimas como la conocida como ley del ‘solo sí es sí’ y ley trans, ni ella ni su equipo repitieron como candidatas a las Cortes Generales. Sobre todo esto la izquierda debería reflexionar. Hay además otro debate importante relacionado: si queremos la participación transformadora de las mujeres en política hay que cambiar la forma de hacerla. Muchas mujeres -y algunos hombres- abandonan la vida pública al no poder sobrellevar la violencia que genera, que hace la vida invivible. Laura Pérez Castaño, que fue concejala del Ayuntamiento de Barcelona, decía en Pikara Magazine[1] que son muchas las mujeres feministas que acceden a espacios de poder en la esfera política bajo las reglas que define la misma cultura androcéntrica que se quiere combatir. Que la institución es muy exigente y ciega a algunas realidades que afectan en mayor medida a las mujeres: la incompatibilidad con los trabajos reproductivos, el inalcanzable mandato de tener siempre la respuesta correcta, la extenuante exposición pública o las violencias machistas que nos impactan. Por todo esto muchas mujeres abandonan la primera línea de la política tras un primer mandato.
Clara Campoamor satisfecha de que la realidad hubiera puesto en su lugar los argumentos que acusaban a las mujeres de ser responsables de la pérdida del gobierno republicano en 1933, escribía: “… las elecciones de febrero del 1936, realizadas sin la división entre republicanos y socialistas, han demostrado que la intervención de la mujer no es dañosa al mantenimiento de una política izquierdista, (…) puedo yo elevar mi voz para clamar contra todas las injusticias acumuladas sobre la concesión del sufragio femenino y sobre su ejercicio, y también, (…) para protestar contra la ruindad de ánimo de todos los que, polarizando en mí las consecuencias de sus torpezas y de su falsas hipótesis, me han cercado, atacado y herido (…) todos esos republicanos que con sus divisiones y discordias desviaron en 1933 el cauce de la República (… ) se han permitido hacer caer sobre la mujer, durante tres años, la acusación de reaccionaria, de culpable directa, casi única, del resultado implacable de todas sus torpezas”.[2]
No tardemos noventa años en desmontar las falsas acusaciones contra Irene Montero.
[1] https://www.pikaramagazine.com/2023/02/caduco-la-feminizacion-de-la-politica/
[2] Campoamor, Clara. Mi pecado mortal: el voto femenino y yo. Primera edición:1936
0 comentarios