Contemplar las imágenes de la huelga de hambre protagonizadas por el Movimiento de Pensionistas de Euskal Herria provoca emoción y un cierto sentimiento de extrañeza. Emoción por su gran movilización; cerca de 140 personas participando en los turnos rotatorios de la huelga de hambre, reclamando una pensión mínima de 1.080 euros. Extrañeza porque están haciendo cosas para las que hasta hace poco no parecían haber sido llamadxs; son reivindicativxs, cuestionadorxs del sistema.
Estxs pensionistas posiblemente pertenecieron a los potentes movimientos sociales de los 60′ y 70′, antiguos sindicalistas, feministas… piensas. Recuerdas el papel tan importante que tuvieron los movimientos sociales y el sindicalismo en Bilbao y España en el franquismo y la transición, de los que fueron casi con toda probabilidad protagonistas de una u otra medida. Nada es porque sí. Como defiende la nueva historiografía, ellos y ellas son lxs verdaderxs propiciadorxs de la llegada de la democracia a España; no el rey o Suárez como machaconamente nos han hecho -casi- creer.
Los medios nos golpean constantemente con imágenes desgarradoras de personas mayores en residencias que no reciben la atención suficiente, con escenas de bancos desahuciándolxs de sus casas, de centros en los que se diría que su existencia solo tiene sentido en el ocio y su premio, los viajes del Imserso o el reconocimiento de las bodas de oro. Mayores que mueren achicharradxs en sus casas víctimas de la mala combustión de un brasero encendido por la falta de presupuesto para otra calefacción. Que mueren de pobreza y miseria porque su pensión no alcanza después de toda una vida de trabajo y cuidados. A las mujeres les toca la peor parte con pensiones un 37% inferior a las de hombre, cuestión que no ha pasado por alto este movimiento. Personas indefensas (¿pasivas?) frente al sistema. Así las veíamos.
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De su decepción por la estigmatización, el maltrato y aislamiento social resurge o se inaugura el alma reivindicativa y actualiza una imagen de mayores combativxs. Qué lujo, qué extrañeza. Y no significa esto que no haya mayores que no participen en movimientos sociales, es más bien que lo hacen alejados de su grupo de edad, fuera de ese nicho.
Porque hasta ahora, el discurso era de condescendencia, pasividad y evasión. Es claro que el papel que la sociedad brinda a los mayores ha sido desbordado por estxs vascxs, que se han salido del rol otorgado; el de los seudoinservibles, pobres o disfrutadorxs de una vida ociosa y pasiva.
No solo es una reivindicación económica lo que protagonizan. Es la defensa de su dignidad, de su papel en la sociedad, de su potencial, de lo que pueden dar y no se les admite. De lo que reclaman como propio al haber contribuido sobradamente a la sociedad. La maravillosa veteranía, la madurez, la sabiduría que da una vida plagada de experiencias vitales.
Todo esto en el marco de una sociedad en la que lo idolatrado es la juventud, lo nuevo. Pero la generación joven esta completamente inmersa en su lucha por la supervivencia frente a la precariedad sistémica en la que está sumida. Y han tenido que venir en su ayuda lxs mayores, desde el cuidado de su familia porque apenas hay conciliación, hasta el apoyo económico por la situación laboral. ¿Supondrán estas movilizaciones un cambio de visualización de lxs mayores?
Invisibles y amortizados, excepto para los cuidados, también para la izquierda política -¿dónde están los mayores entre sus representantes, en sus reivindicaciones?-. No es bueno para la sociedad impugnar todo su pasado.
Invisibles y amortizados también para las centrales sindicales: el movimiento no encontró o no quiso encontrar un sitio en los sindicatos para desarrollar sus demandas. Afortunadamente para todxs, ya han dado con él por su cuenta, desbordando la lucha por la defensa de la justicia económico-social.
En Bilbao tenemos un ejemplo de la lucha por la redistribución y de lucha por el reconocimiento; aparentemente paralela pero que este caso parece converger. Y en el debate que Axel Honneth y Nancy Fraser han introducido en los últimos años, los que sostienen que la lucha por el reconocimiento lleva indefectiblemente a un no cuestionamiento del sistema liberal, debieran ver que este movimiento, su sola presencia, problematiza este planteamiento. Quieren redistribución y reivindican reconocimiento como forma concreta de conseguirlo.
Su lucha está presente y es una forma de responder a la pobreza y al desprecio, a la humillación que lesiona la dignidad.